La servilleta de Carpanta, el más tonto de los enanos de Blancanieves y hasta el 'caganer' del belén si se tercia. Preferiría ser cualquiera de ellos antes que llevarme el chasco de la Cenicienta. Me imagino en las postrimerías del éxtasis a la que asoma ... la medianoche, hora de bailar 'agarrao' incluso para los príncipes, y de pronto ese leñazo supremo, el zapato de cristal alpargata, los del servicio meros roedores y vuelta a empezar, otra vez cara a cara con la puñetera calabaza. Supongo que una decepción tal que así sentiría ahora yo si durante este tragicómico sexenio hubiera hecho credo de las palabras del profeta Sánchez, el blanco nuclear de su lienzo moral de pronto con salpicones. Pero como no es el caso, dada la transversalidad de mi desafección política, de izquierda a derecha como el Ferrari de Sainz por Las Vegas, me limito a contemplar con interés la que se avecina a cuenta del pío pío del tal Aldama.

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No hallarán aquí sentencias apresuradas. Tampoco brujulearé entre vericuetos legales, que esa es otra ventanilla y además tengo la bola de cristal fuera de cobertura. Ni está a mi alcance geolocalizar la verdad ni entra en mis planes juzgar la verosimilitud. Mientras no medien pruebas, el de Aldama no es más que el relato de otro sinvergüenza. Pero a la espera de acontecimientos, este episodio piloto de lo que apunta a culebrón invernal sí me da para un primer análisis. Porque aquí quería ver yo la legislatura, para comprobar en terreno bacheado cómo se agarran al firme los aliados de esta gobernanza multicolor sin más ideología troncal que la supervivencia. Todo en orden, buena adherencia, que perro no come carne de perro.

Mientras Aldama, un sirvengüenza hemos quedado, canta y promete un trino glorioso, el socialismo señalado y sus altavoces mediáticos se afanan en descalificar al personaje y distinguir este escándalo del que asfixió al rival, pues ya se sabe que la mierda propia siempre huele mejor. En realidad les bastaría con invocar la bendita presunción de inocencia si en su momento no la hubieran pisoteado, que la justicia tiene unos tiempos y la política otros. O con recordar lo errático de generalizar, tesis difícil de sostener ahora por quienes postularon que el corrupto no es chacal si no es gaviota a la vez. ¿O era charrán? El mismo reproche pero a la inversa podría dirigirse a la banda de cornetas y tambores del PP, unos y otros con el papel cambiado, agarrados los del mechero a la manguera y los bomberos de incendiarios, escuchando o silenciando a sinvergüenzas según conviene, lo que prorroga la imagen de pobreza moral ofrecida por el ecosistema político con la DANA. Sánchez ya tiene su Bigotes, hasta el look acompaña, y también una foto para la mesilla de noche como la de Feijóo con Marcial Dorado, pero poco más nos dejará este escándalo. Pruebe lo que pruebe Aldama, todos sabemos que el presidente irá levantando cubiletes sin rastro de la bolita, y aunque ya gastó la carta de Eco siempre podrá acusar de complot en alguna de sus comparecencias-mitin institucionales al negacionismo, el Dow Jones o el fuera de juego semiautomático. Lo que no asimila la política es que sin una mínima cultura gremial cava su tumba. Convertir en hábito que en España los relevos ideológicos los determina la corrupción y no la gestión es escupir hacia arriba. Y eso ya sabemos cómo termina.

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