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Veréis, chavales, comenzaré presentándome: soy un carcamal. Uno de aquellos raritos que se informaban en fragmentos de papel, acudían a la radio por los boletines horarios y cuando a deshora sentían hambre de noticias la saciaban con el teletexto. Lo dicho, un viejales. Por eso ... os pido que me escuchéis. No creáis nada de lo que os están contando. Pasad de ese papanatas de Bildu, el tal Otxandiano, tan estúpido que aún niega el terrorismo etarra. Levantad un dedo a su capo, Otegi, la jeta que hay que tener para definir como «simple latiguillo» el deseo redentor de que se llame por su nombre a quienes recién salidos de una dictadura trataron de imponernos otra. La del miedo. Ignorar su relato torticero sería un buen modo de sumarse al homenaje de Valencia a Manuel Broseta. El tiempo es colesterol del malo, todo lo embota, así que puedo comprender que veáis en el nombre del viejo profesor poco más que un monolito, una entrada en la wikipedia, un premio, una estación de metro y muy pronto una avenida. Como Peris y Valero, como la rotonda de los anzuelos. Pero que no os narcoticen hasta ignorar que a Manuel Broseta dos terroristas -sí, terroristas- lo asesinaron por la espalda. Tiro cobarde en la nuca. Aquella mañana de desgarro y rabia, tal como aún hoy la recuerda Sosa Wagner, no me enteré de lo ocurrido por ninguno de esos teletipos que alguien recortaba y llevaba a las mesas, impresos sobre papel reciclado con las instrucciones de la jefa garabateadas a bolígrafo. Aquel 15 de enero la noticia me llegó envuelta en lágrimas. Carreras por los pasillos, gritos de dolor que alcanzaban mi refugio juvenil en el rinconcito de la redacción despectivamente bautizado como Siberia por su condición de reducto para desheredados. A alguien se le ha muerto alguien, pensé ingenuo. Conviví con una directora amenazada porque su cabecera, que era y es la mía, agarró el mástil de la libertad. Me hablaron de un compañero que saltó en marcha del coche ante el ruido bajo sus ruedas de una alcantarilla. Y sólo éramos periodistas. ¿Os convencerán ahora todos estos de que aquello no fue terror? Podemos hablar de Miguel Ángel Blanco y la noche en vela pegados a un transistor hasta que al mediodía siguiente las ondas se convirtieron en sangre. De los once de la casa cuartel de Zaragoza, el lavabo de mujeres de El Corte Inglés de Pintor Sorolla o las piernas de Irene Villa. La memoria quema como el amonal. Aun así me parece bien pasar página, cada cierto tiempo la convivencia colapsa y toca empezar de cero. Qué ideología no tiene cadáveres en el armario. Pero no permitáis que la mentira engorde con el boca a boca, se instale en el imaginario colectivo, salte al libro de texto y un día se vuelva verdad. Ni los muertos resucitarán ya ni las heridas supuran igual, así que tomad vuestra decisión. Respetaré si es el caso que os situéis en la equidistancia, preguntándoos quién busca manipular más, el político que niega el horror o el que lo convierte en bandera. Pero huid de la desinformación. Me resbala lo que el futuro depare a los nuevos 'hombres de paz', una alcaldía, la Lehendakaritza incluso, sólo me interesa lo que penséis vosotros. Como canto peor que la alcaldesa, prefiero dejaros a Serrat por escrito. Entre esos tipos y yo hay algo personal.
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