Secciones
Servicios
Destacamos
Y de pronto al corazón encendido le dio por escribir, ¿qué bobada dirá esta vez? Acababa de presenciar un prodigio. Hacía tiempo que no veía remar a tanta gente en la misma dirección. La bomba social quedó desactivada, las banderas salieron a la calle sin ... complejos ni pretensiones, la euforia no encontró réplica, porque a nadie ofendía la alegría del vecino, y contra pronóstico este errático proyecto de país, cimentado sobre una inmensa falla, capaz de pasar por la trituradora ideológica hasta a Rafaela Aparicio, se cansó de discutir. No nos hagamos ilusiones, le dijo la cabeza fría. Más pronto que tarde alguien volverá a mear fuera del tiesto. Sólo disfruta del momento. Y del milagro: mira que si el fútbol, vehículo del mal ejemplo, nos guardaba una lección...
Mi experiencia más íntima con la selección llegó en el verano del 82, con motivo de aquel olvidable Mundial donde ni siquiera sobrevivieron al desastre Naranjito, Clementina, Citronio y compañía. Me pilló la segunda fase en un campamento de verano, de los de antes, completamente incomunicado, las radios sin cobertura, internet aún por inventar, y la noticia del naufragio vino por carta, con muchos días de retraso. «Papá», se leía en la firma, y arremolinados en torno a ella, depurada caligrafía, letra cariñosa, disfrutamos de tal modo de cada «uy», de cada una de las oes que el pobre hombre intercaló en aquel gol de Zamora a los alemanes - «goooool»-, que ni la alta definición y el sonido envolvente habrían realzado las emociones. Visto ahora el partido, tampoco fue para tanto; eterno agradecimiento filial por el derroche de imaginación. Los de mi quinta, los que hablábamos de la selección y no de la Roja, crecimos entre decepciones, de ahí esta especie de síndrome de Carpanta, pues la comida sabe mejor cuando conoces el ruido que arranca el hambre a las tripas. Para disfrutar del éxito en plenitud hay que haber vivido el gol de Cardeñosa, la cantada sobaquera de Arconada, el penalti que Raúl envió a las nubes en Brujas, el de Eloy Olaya en la tanda maldita de Puebla o el chicharro que el perverso Bambridge robó a Míchel en el Jalisco de Guadalajara. Hay que haber fantaseado en blanco y negro con Zarra y Marcelino, sus fotos inverosímiles en aquella España del fracaso como las de Armstrong pisando la luna.
La Eurocopa de 2024 tiene el valor añadido de lo inesperado. Es el triunfo de un tipo normal cuestionado en el banquillo por los de siempre, que si en su lista falta este o sobra aquel. De las travesuras de dos críos. Del brío de un greñudo Sansón de apellido cacofónico. Del sufrimiento del delantero más despreciado del mundo. Del puñado de exiliados. De un centrocampista de oro aquilatado en Vila-real. De las paradas de un loco enguantado casi siempre Jekyll pero alguna vez Hyde... La palabra más repetida en la celebración fue 'familia', buen ejemplo para esta sociedad en crisis: uno más uno suman dos, dos siempre es más que uno. Y que trague quina el intolerante, pues su España invencible reposa sobre un par de chicos nacidos en Francia, un navarro cuyos padres huidos de Ghana hallaron su Edén más allá de una valla y un catalán con raíces marroquíes y ecuatoguineanas. Amigos intransigentes, nadie tiene la exclusiva de la españolidad, de modo que va a ser que sí, el fútbol nos guardaba una lección.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.