La amnesia es el primer recurso que nos proporciona la vida para ir tirando. El trauma del nacimiento discurre en medio de la inconsciencia, piedad con el pobre desgraciado que al derribar la puerta del más acá hambriento de mimo no encuentra guirnaldas, sino miradas ... vacías, acre sabor a despedida y un futuro confiscado. Juan Gómez-Jurado, abandonado por su madre en la puerta de un hospital, suele decir desde la atalaya del éxito que ella se lo pierde. Buen fario el suyo. No todos los hijos indeseados presumen un día de torcer el destino.
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Alguien decidió llamarlo Lolo, nada como el diminutivo para un ser de porvenir menguante, y su primer golpe de fortuna fue que aquel policía de La Pobla de Farnals lo encontrara antes que el frío. Si las estrellas existen es para iluminar la noche más oscura, y esta, errante como él, quiso ser la de Lolo, ínfimo ovillo de carne, pelo y sollozos todavía caliente de vientre materno cuando lo hallaron arrebujado entre dos contenedores. Comenzó a mendigar afectos en un centro de acogida, su primera cuna, pero se le agotó ahí la suerte, pues lo que debía ser parada y fonda derivó en hogar permanente. No estaba tan mal, caramba, que al hoy le pone nota el ayer. Recibió educación, su afabilidad lo llevó a compartir cuarto y amistad con otros huérfanos, se autoengañó con la palabra 'familia' y hasta no pasó inadvertida su inclinación hacia Alaska, a quien seguramente pusieron tal nombre por la cantante antes que por la península a tenor de su viveza, nada que ver con la pachorra y los miedos de él. No podía quejarse, en efecto, pero quién se conforma con un acuario teniendo ante sí la inmensidad del mar. Uno a uno todos se acabarían marchando, la última Alaska -«sois un matrimonio», les decían con frecuencia-, apegos fugaces, mientras ahí seguía él, ni rastro ya del crío que fue, agostado ante aquella pared de cristal imposible de atravesar.
Lolo no es un niño, ¿pero dónde ves la diferencia? Nació perro mestizo, náufrago de otra camada maldita, arrojado a la calle con dos meses, y ha permanecido doce años en las instalaciones de la asociación AUPA, reserva de inocentes. Cada viaje al Bioparc para un desfile adoptivo tenía su billete de vuelta, la gente sólo busca cachorros o carantoñas que no le sobraban a aquel hijo de la nada, día a día más viejo y abatido, cansado de pedir una oportunidad como Morgan Freeman en 'Cadena Perpetua'. Pero la estrella mortecina volvió a titilar y en víspera de Nochebuena, caliente aún el bombo lotero que reparte azares, entre las canas halló su hogar tardío. Este enero de abandonos ya no lo ve andar arqueado, la mirada es otra, el rabo huyó de las patas y la cabeza del suelo. Un golden seis años más joven, en el antinatural rol de hermano mayor, le enseña a trepar escaleras y a tiempo está de aprender a ladrar o a no llorar apenas avista de nuevo la malvada soledad. Concilia el sueño con gruñidos de placer y su nueva dueña, una madre al fin, se obliga a madrugar para admirar su extático despertar. Descartó cambiarle el nombre, mejor Abu por la edad, para no sumarle otro trauma y ahora descubre que Lolo significa abuelito en filipino. Nació predestinado. El de ella es Paz, aunque bien le sentarían Luz o Esperanza. La que la dama germinó en su ya anciano vagabundo al descubrir el gran clásico de la Navidad, qué bello es vivir.
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