Borrar

Debió de suceder así. El resquemor había anidado en la cabeza de don Fernando. ¿Y quién es don Fernando? Pues un hombre mayor; «de edad ... provecta», como le gusta decir a él, la palabra siempre dúctil en su boca, pues por algo aquel zagal de Mosteiro no resignado a recoger cereales o contar cabezas de ganado abandonó su pequeña parroquia en busca de un horizonte instruido y próspero. Vuelvo al resquemor del principio. La cosa es que a don Fernando le destemplaba cual gota malaya la estrategia de marketing de las entidades financieras respecto a los mayores, de modo que le hicieron los ojos chiribitas cuando se cruzó en su camino don José Ignacio, siempre tan atildado él, pues no había hecho mili ni nada ese bilbaíno desde que ingresó en el banco señero de su ciudad. Pero estábamos con el resquemor. Consciente de la oportunidad, abordó don Fernando a don José Ignacio y tras los cumplidos de rigor vino a afearle el diseño de la cartelería que anunciaba los productos para mayores, siempre representados estos por un viejo encorvado, aferrado a la garrota como Rose al tablón mientras Jack y el Titanic buscaban su lecho de algas. Que no, don José Ignacio, vino a decirle; que es un error y una injusticia, ordene los calificativos como guste, vernos a los de edad provecta como a personas dependientes, necesitadas de ayuda, cuando tantas veces socorremos económicamente a los hijos y nuestro poder adquisitivo representa el 60% de la economía nacional. Si te doy un par de datos les pondrás cara y ojos: don Fernando es periodista, se apellida Ónega, y el reprendido financiero don José Ignacio heredó el Goirigolzarri por parte paterna.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Dignidad