Urgente La Lotería Nacional del sábado deja el primer premio en un popular municipio valenciano y otras cinco localidades

Debió de suceder así. El resquemor había anidado en la cabeza de don Fernando. ¿Y quién es don Fernando? Pues un hombre mayor; «de edad ... provecta», como le gusta decir a él, la palabra siempre dúctil en su boca, pues por algo aquel zagal de Mosteiro no resignado a recoger cereales o contar cabezas de ganado abandonó su pequeña parroquia en busca de un horizonte instruido y próspero. Vuelvo al resquemor del principio. La cosa es que a don Fernando le destemplaba cual gota malaya la estrategia de marketing de las entidades financieras respecto a los mayores, de modo que le hicieron los ojos chiribitas cuando se cruzó en su camino don José Ignacio, siempre tan atildado él, pues no había hecho mili ni nada ese bilbaíno desde que ingresó en el banco señero de su ciudad. Pero estábamos con el resquemor. Consciente de la oportunidad, abordó don Fernando a don José Ignacio y tras los cumplidos de rigor vino a afearle el diseño de la cartelería que anunciaba los productos para mayores, siempre representados estos por un viejo encorvado, aferrado a la garrota como Rose al tablón mientras Jack y el Titanic buscaban su lecho de algas. Que no, don José Ignacio, vino a decirle; que es un error y una injusticia, ordene los calificativos como guste, vernos a los de edad provecta como a personas dependientes, necesitadas de ayuda, cuando tantas veces socorremos económicamente a los hijos y nuestro poder adquisitivo representa el 60% de la economía nacional. Si te doy un par de datos les pondrás cara y ojos: don Fernando es periodista, se apellida Ónega, y el reprendido financiero don José Ignacio heredó el Goirigolzarri por parte paterna.

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En ocasiones la vida te hace un regalo. El mío ha sido conocer a Fernando Ónega. Mientras acudía a nuestra cita en Madrid imaginé una posible introducción para la entrevista. Ya lo tengo, pensé: contaré que de no ser por esta o aquella arruga delatora me habría sentido teletransportado desde su despacho de Alcalá hasta el plató de los informativos de Telecinco en los años noventa. Pero no hubo salto temporal. Fernando Ónega se ha hecho mayor, el negro es cano, su cuello al fin libre del yugo encorbatado. Podría haber renunciado a mi entradilla sin más, guardando un respetuoso silencio sobre el paso de los años, pero si decido airearlo es porque me sobrecogió la actitud de Ónega. Su huida de los escondrijos eufemísticos para reivindicar, por garrota una bandera, la dignidad del envejecimiento. Busca algo parecido a un reconocimiento y no lo encuentra entre los artículos de esa Constitución que tan de cerca vio nacer. Tampoco en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Reclama un ministerio para los mayores, como lo tienen la juventud y la infancia, paliando la orfandad de nueve millones de pensionistas que aspiran a algo más que viajar barato con el Imserso, único organismo estatal enfocado hacia ellos. Pide desde '65ymas.com' un trato económico honesto para las viudas, la jubilación ventajosa de los autónomos, y concluye que España odia la palabra 'mayor'. No sé lo que pensó aquel día Goirigolzarri, pero a mí el ideario de este hombre me parece epítome de la cordura. Si no lo crees, enfócalo como una inversión. Bajo tu piel joven se agazapa un viejo, y cuando eclosione agradecerás para ti mismo lo que hoy deberías ofrecer: dignidad.

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