Igual tiene que ser así y mi cerebro cromañón anda tan atiborrado de testosterona que no acierta a entenderlo. Pido disculpas anticipadas por ello, pero ... es que el asunto me quema por dentro, así que aparco lo que tenía previsto contaros hoy para soltar un quejío. Resulta que Valencia, la capital del running y tal, albergó este domingo otra carrera multitudinaria. '10K Fem' la llaman porque es un homenaje a la mujer deportista, y cuenta con un recorrido espectacular. Resulta también que mi hija la corrió, y además le habría encantado hacerlo con su padre por dos razones. La una filosófica, ambos vivimos en innegociable sintonía con el leitmotiv del evento; la otra personal, erigido el atletismo popular en nuestro punto de encuentro, el idioma común. Diría que las mejores conversaciones, las más sinceras, las hemos mantenido trotando, se conoce que el corazón acelera a medida que pierde el resuello. Pero, y ahí va un tercer 'resulta', en esta ocasión no hubo dueto porque, lo dice el reglamento, «al ser una prueba femenina no se permite la participación de corredores».

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Retrocedamos dos días. Es viernes y en mi inalienable condición de exponente del más rancio patriarcado -al parecer es así por una suerte de pecado original-, siso unos minutos a mi jornada laboral para recoger su dorsal y aligerarle la agenda. Atendido con extrema amabilidad, tan a gusto me siento con mi interlocutora que decido meterme en harina. «Qué lástima que no podamos correr los hombres, aunque fuera sin registro de tiempos, para participar de vuestra fiesta y demostrar que en esta lucha por la igualdad no estáis solas». Algo pasa, deduzco ante el ensombrecimiento de su expresión, de súbito de cordial a ceñuda, y la espontaneidad desemboca en un frío mensaje que suena a repetido miles de veces: «Tenéis todas las carreras del año para correrlas. Y siempre podéis venir a animar». Una ventaja de envejecer es que aprendes a seleccionar las batallas. Por ello, aunque el cuerpo me pide agradecerle con retranca que el veto no se extienda a toda la vía pública, elijo un dócil «por supuesto que lo haré» y me largo por donde vine.

Si hurgas con ganas, en mi talante hallarás rastros de cualquiera de los siete pecados capitales, pero de pocas cosas estoy tan seguro como de que no soy machista ni nada derivado en el sufijo 'fobo'. Sé que en las carreras populares, como en todo ámbito de la vida, se refugia mucho troglodita, y que aún hay demasiado machirulo oculto bajo las alfombras o, peor aún, engallado sobre los atriles políticos. Por eso aplaudo el brutal mensaje de empoderamiento que el domingo fluyó por Valencia. Pero creedme, y comenzar pidiendo perdón me libera para decíroslo, ahí faltaba yo. En las condiciones que fuera, por otro carril, bajo el eslogan más reivindicativo, eso lo fijáis vosotras, pero insisto, ahí faltaba yo y muchos como yo. Porque si queda un mundo por recorrer hasta alcanzar la igualdad entre sexos, la verdadera meta está a más de diez mil metros de distancia, no creo en la reivindicación por la vía de la exclusión. Para que sea efectiva esta revolución hemos de hacerla juntos -vuelvo por si acaso a disculparme-, y la mejor estrategia no es separar las dos orillas sino reunirnos todos en la misma. Mi hija, como yo, no entiende que no pudiéramos correr de la mano. Por la mujer deportista. Será que también ella es machista.

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