Urgente Un accidente múltiple provoca retenciones en la V-21 sentido Castellón

Lo bueno del refranero es que ahorra faena inútil. Gracias a él, por ejemplo, apenas quedan ya favas que traten de soplar y sorber a la vez. No puede ser y punto. Por eso me sorprende que en esta tierra aún surjan voces que abogan ... por la prosperidad al tiempo que arriman el hombro para que 'turismofobia' se convierta en palabra del año. Nadie sensato mordería la mano que le da de comer, ahí va otro refrán del que aprender (obsérvese el canónico pareado). O potenciamos la ganadería, empezando por evitar que las vacas se nos mueran de sed, o plantamos girasoles para volvernos Castilla, pero si nada de eso es posible aceptemos lo que somos, por geografía, historia, necesidad. Y bienvenido, amigo turista. ¿Significa eso la rendición incondicional, dar una copia de las llaves de la ciudad a todo el que arrastre una maleta? En absoluto. Hay que poner normas, pero reservando siempre a la gallina de los huevos de oro el mejor dormidero y el pienso de más calidad. Sería de bobos arrojarla al cocido.

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Como en todo debate, el blanco deslumbra y el negro ciega, de modo que elijamos el gris. Así, pese a mi pragmática turismofilia no entiendo tanto drama con la tasa turística. Es más, la veo pertinente. Viajé este verano a la Toscana. Dormir en Florencia cuesta 5,50 euros en impuestos por persona y noche. Además, en la más humilde 'osteria' esa bajada de bandera gastronómica llamada 'coperto' supone al menos 2,50 pavos por comensal, muy lejos de los siete de la Galería Vittorio Emanuele de Milán. Y no por ello la gente se abona al insomnio o la abstinencia ni la capital de los Médici deja de ser un hervidero de vida. Si un turista cambia de destino por no soltar unos euros extra, espera de él poco más que bocatas y llaveros.

Me alineo, ahí sí, con el recelo hacia el pirata del apartamento ilegal o el pasaje del megacrucero. Viví este último fenómeno en carne propia, en su versión continental: autobús, carretera y manta. Media hora en Monteriggioni, dos en Siena y una en San Gimignano apenas dan para roer porciones de pizza en una escalinata y engullir de pie el 'mejor helado del mundo' de cada municipio. Ciertamente ahí no hay negocio, pero a ver si en el arranque de exquisitez olvidamos lo mollar. Si bien necesitamos un turismo sostenible, la prioridad es que sea potente, extremo que el turismófobo olvida. Recelemos cuanto queramos, pero cuadrémonos ante el erasmus, nuestro mejor embajador: el vigilante de la cúpula de Brunelleschi me habla de la playa de Valencia, Calatrava y la catedral, la dependienta del Pandora junto al Arno no olvida Viveros y los murciélagos... Exijámonos profesionalidad, derribando hasta el último camarero la barrera idiomática como hizo la plurilingüe hostelería italiana. Repensemos el veto a la música callejera, ¿sería lo mismo el Ponte Vecchio sin el 'Bella Ciao' del anónimo Claudio Spadi, en cuya funda de guitarra tan a gusto dejé caer unas monedas? Reclamemos un transporte periférico digno. Ir en tren de Florencia a Venecia cuesta dos horas y media. ¿Cuánto supone una escapadita a Valencia para un guiri de Barcelona? Olviden el dicho: al revés que en nuestra España radial, en Italia no todos los (buenos) caminos conducen a Roma. Y defendamos la seguridad. «No videocámaras, no KGB», se lee en un muro de Lucca. En efecto, nunca vi tanta cámara por metro cuadrado. Ni tal tranquilidad.

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