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De todas las calabazas de la historia me quedo con la de Rhett a Scarlett en 'Lo que el viento se llevó'. «Francamente, querida, me importa un bledo», le escupe antes de tomar la puerta camino de Charleston, y hasta poco zasca me parece después ... de tres horas y doce minutos de encajar desprecios por los rincones de Tara. ¿Cómo se coló en mi secuencia fetiche Pedro Sánchez? Eso querría yo saber, pero en el enésimo visionado de la perla cinematográfica, en estrambótico giro del arte a la chirigota, no pude evitar imaginarme la frase de marras en boca del presidente; pronunciándola cada mañana, a la hora del café, mientras comparte con su inseparable Begoña Gómez cualquiera de los titulares críticos que enfangan las páginas de la prensa no adscrita al movimiento. Porque sospecho que a Pedro le importan las más esenciales normas del decoro lo mismo que a Clark los pucheros tardíos de Vivien. Un bledo.
Resulta, la cosa va hoy de cine, que al crupier de nuestro casino político le ocurre lo que al niño de 'El sexto sentido', en ocasiones ve muertos, y cómo será la cosa que cada vez que las aguas bajan revueltas se le aparece Franco ululando por los pasillos de la Moncloa. Lo comento con mi espejo. ¿Pero ese tío no estaba muerto? Sí, medio siglo ha transcurrido ya. ¿Y no lo desenterraron hace poco para perderlo de vista? En efecto, de lo que ahora se trata es de celebrar los 50 años de libertad que un 20 de noviembre nos regaló la parca. ¿Bueno, y cuál es el problema entonces? Ninguno, lástima que no sean 75, o un centenario incluso, con lo que no lo conoceríamos y esos disgustos que nos habríamos ahorrado. Lo que me incomoda, espejo mío, al margen de los destellos de estrategia y oportunismo que desprende la convocatoria, es que a este presidente le preocupen más los muertos que los vivos, y antes concite su atención el fiambre de un dictador amortajado en el siglo XX que confortar a las víctimas de una catástrofe natural del XXI.
¿Recuerdan aquellos libros de Timun Mas, los de 'Elige tu propia aventura'? Instruyeron a toda una generación acerca de la importancia de las decisiones y sus consecuencias. Proyectemos la lección sobre la actualidad. Mazón llegó al 29 de octubre en vuelta rápida y hoy es ese bólido con el alerón reventado camino de boxes. En el polo opuesto, los Reyes reforzaron su pedestal tras un arriesgado ejercicio de empatía y templanza cuando del cielo llovían puñados de barro. Semanas después, en Chiva y Utiel, aplausos; al mes, en la catedral, vítores; en Navidad, de tapas por Catarroja, abrazos. ¿Y Sánchez? Pues ahí anda, convertidos los protocolos en su foto de Raquel Welch, el póster que tapa el agujero por el que huye de su responsabilidad como Andy Dufresne del trullo en 'Cadena perpetua'. Rehusó ir a los funerales pese a que ese día cerró su agenda a las cinco de la tarde, ¡que hubiera cogido el Falcon!, y justifica sus incomparecencias en la zona arrasada porque sería «darse paseos», doble insulto a los que sí acuden y a quienes los reciben, reducidos a guiñoles. Se equivoca. El presidente ha de venir más por Valencia. Si necesita ayuda, que la pida. De lo contrario, parecerá... lo que parece, que Pedro va a lo suyo, al rédito electoral, al calorcillo de la memoria histórica y el nacionalismo histérico, y todo lo demás (francamente, querida) le importa un bledo.
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