Como no existe un terremoto sin réplica ni girasol que dé la espalda a su astro, sólo era cuestión de tiempo. Fue oír a la ministra de Sanidad pronunciarse contra el tabaco en las terrazas y voltear mi reloj de arena marca Ikea a la ... espera del primer zurriagazo. ¿Cuánto tardarían en dentellear a Mónica García los mastines de las esencias, chorrito de Varon Dandy, tarde de toros, copita de Fundador y, por supuesto, pitillo en la boca? Esta vez tocaba pata negra, pues quien entró al trapo rojo fue nada menos que la gran baronesa. Recordó Ayuso que en Estados Unidos no se permite fumar en el exterior de los locales mientras avanza la muerte en forma de fentanilo. Habló de arbitrariedad, se demoniza el consumo de unas sustancias frente a la laxitud con otras. De falta de rigor, ¿dónde están los informes que avalan tanto prohibicionismo? De impacto económico, pobre hostelería. Y de otro liberticidio cometido por los mismos que nos recluyeron en casa ante un simple virus. Cortados por idéntico patrón, presiento que a los políticos de esta camada les habría ido mejor la abogacía sólo por repetir una y mil veces, todo peliculeros, aquello de ¡protesto! Y si encima, como es el caso, profesan pasión por la fruta, ¿quién les va a impedir mordisquear también la prohibida?

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Si Ayuso requiere informes no tiene más que buscarlos en el Plan Nacional sobre Drogas, epígrafe «fumadores pasivos». Ahí se instruirá acerca de enfermedades de corazón y pulmón, de riesgos de aborto y nacimiento prematuro, amena lectura mientras el paisano de la mesa de enfrente te ahuma las tapas. Si en su reedición del pandémico pulso entre salud y terrazas modula listones, me pregunto dónde situar el del permiso para envenenarse en la vía pública y, lo que es más grave, envenenar al prójimo. No hay drogas A y B, el tabaco mata y punto, bajo techo y al aire libre. Si esgrime criterios económicos, los muertos no toman mojitos y por cada fumador que pide la carta hay un no fumador dispuesto a largarse. Y si incorpora el maltratado concepto de libertad, le recuerdo que quien tiene prisa por pisar el más allá puede hacerlo, pero sin arrastrar consigo a los terrenales. Eso sí sería liberticidio. Para derechos pisoteados los que guardo en mi memoria, de envejecimiento más lento que el cuerpo. Ropa que al regreso del trabajo huele a noche de discoteca. Redacciones de periódico brumosas, como alzadas sobre lechos de aguas termales de los que se alejan exyonquis amorrados a cilindros de plástico mentolado. El carrito del bebé envuelto en humo al salir de cena con amigos. Escozor en los ojos. Aquel compañero al borde del llanto mientras paseaba su moneda de 500 pesetas por la ranura de la máquina del tabaco, maldiciendo la tentación y a los tentadores; lo tomaron por loco. El pitillo como símbolo de éxito social y por encima de todo un gran problema de educación: en la tele, el histórico anuncio de Marlboro, donde no se salvó ni el caballo, y en las zapatillas junto a la chimenea cigarrillos de chocolate gentileza de Papá Noel. Zapatero fue un desastre en La Moncloa, más aún de expresidente, pero dejó regalos impagables como el matrimonio homosexual o la ley antitabaco. Ni un paso atrás en las conquistas sociales, y si a Ayuso no le gusta puede esperar fumando, que antes me quedo con Sara Montiel.

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