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La página 25 promete. Aguarda morbosa la grey el inicio de la ejecución y entre la masa una joven se lanza al suelo frente al condenado, a esas alturas ya más espectro que humano. Puedo sentir el frescor de la tierra que le rasga las ... rodillas, Ken Follett lo está dando todo sobre el patíbulo, pero justo cuando ella extiende sus brazos hacia la horca y se dispone a decapitar el gallo y lanzar la maldición le corta el rollo la abuela del vestido a lunares, recién subida en Xàtiva y promesa senior de la apnea a tenor de su capacidad para hablar sin respirar. «No te levantes, bonico, tengo el culo cuadrado de estar sentada. Qué película, Manolo. Los americanos probaban la bomba atómica y ensayaron en Hiroshima y Nagasaki. El Oppenheimer ese, que por el apellido será inglés o alemán. Adiós, Irene... Por cierto, he hecho una foto del periódico, donde dice que Valencia es zona sísmica. Ya lo sabía yo. ¿Estamos en Benimaclet? Que no se me pase Peris Aragó». Eso mismo, que no se le pase, implora la masa silente frente al ajusticiado, congelada a apenas tres renglones del éxtasis de sangre, mientras una voz melosa con dejo argentino se abre paso sutil cual flauta travesera en el Bolero de Ravel. Por el contexto y un rotundo «a su casa no subo ni muerta», queda claro que pela a la nuera. Lo comentan reo y verdugo, hasta el dogal de tanta cháchara, cuando les sobresaltan las risotadas de un celular, el índice de su portador pasando pantallas de instagram como Rus contaba billetes, mientras un tipo al que sólo ha faltado subir un fax cierra negocios a voz en grito. Varada en su página 25, la joven vuelve a lanzarse perseverante al suelo y ahora un anuncio de óbito la interrumpe. «Ha faltat Fernando», revela un jubilado al amigo olvidado con quien se reencuentra fortuitamente décadas después. ¿No había otro momento, otro vagón al menos?, lamento antes de que al 'Sorpresa, sorpresa' se sume un viejo conocido más. Vocean los tres, que los oídos ya van duros, en esfuerzo de síntesis por ponerse al día ante la incomodidad de la chica que al lado encadena audios con el balance de su paso por un concurso televisivo, el presentador un agrio, la azafata encantadora. Forzada por las circunstancias, maximiza otra el volumen del móvil para oír un mensaje de voz, lo que evitaría si conectara sus enormes auriculares o al menos se los quitara para evitar que ejercieran de pantalla acústica. Surge entonces Albert, se presenta como mago, con tres cuerdas trucadas convierte aquello en el plató del 'Tú sí que vales' y siento que ya sólo falta por aparecer el afilador. Una mujer filosofa sobre el apocalipsis, «ahora se mueren todos de bacterias y virus, antes era de una mala seguida o de mal rollo», a otra se la «refanfinfla» la escarcha de su nevera y una tercera con vocación de optometrista cuenta las excelencias de sus gafas antes de que la charla derive hacia un insospechado «yo no quiero nada de los catalanes, que no compro ni Nescafé». Viene emocionado un chico a decirme que leemos la misma novela, y saca la suya de la mochila, y cuando amaga con reventarme la trama vuelve a lanzarse al suelo en mi página 25 la joven, que se olvida del gallo y pasa de la maldición al ruego. «¿¡Para cuándo vagones del silencio en Metrovalencia!?» A su alrededor el frenesí patibulario se ha diluido y nadie sabe ya a ciencia cierta si el ejecutado es Manolo, Albert o el tal Oppenheimer.
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