Secciones
Servicios
Destacamos
El alfa y omega de nuestras noches de parranda, cocidas a principios de los noventa, no admitía discusión. Arrancaban en un barecillo de Manuel Candela -bocata, cerveza a gogó y en la tele el partido de las autonómicas; carajillo, Marie Brizard con hielo y si ... se terciaba un Farias-, para culminar muchas horas después en la pista pachanguera de Bananas, con menor frecuencia en Arabesco o como gloriosa excepción en las escaleras de Calcatta. Con suerte el programa incorporaba ya entonces una nutritiva escena poscréditos en el milagroso horno de la calle Sueca, denominado de los borrachos pero al que habría sido más afortunado llamar de las resacas, porque cuando el río llegaba allí arrastraba ya poca agua.
Me detendré sin embargo en un paso intermedio, que la alegría siempre ha ido por barrios y de esas etapas rompepiernas la plaza Xúquer era la más cotizada meta volante. No existía el botellón, al menos como hoy lo conocemos, pero todo el alcohol del mundo se consumía en la calle, donde los jóvenes de media Valencia atravesábamos el genuino rubicón de la farra, demasiado tarde para seguir privando en el bar, demasiado pronto para abordar las discotecas. Ahí nos tenías de warm up hasta entrada la madrugada, remolinos de bocas amorradas a un cubalitro, y luego a otro más, cada cual con su pajita repostando en aquella espirituosa combinación de porquería, hielo y babas, garantía de vitalidad hasta el fin de los tiempos. O de la noche, que venía a representar lo mismo. Entumecidas las seseras, tan loco momento habría puesto al galope la pluma de Balzac. «El cuerpo, desligado de su tirano, se abandona a los delirantes goces de la libertad», volvería a escribir el gabacho ante semejante batahola. Por un lado los paisanos relativamente tranquilos, cofrades de la santa hermandad del vodka con limón y el Licor 43 con piña, hits del momento pese a que yo, como para todo rarito de la raíz a las puntas, bebía los vientos por mi tubo de lima Rives con Martini bianco. Frente a ellos, ríos de tocapelotas gozosos de vacilar a los incontables vendedores ambulantes que en aquel zoco desplegaban mantas repletas de pins con escudos de fútbol o agitaban capullos de rosa en busca de amantes y besos etílicos. Y entre todos, la turba desmadrada que meaba o vomitaba en el jardín central, coreaba himnos farfallosos encaramada a los columpios o aporreaba timbres.
Migrantes al fin las hordas en busca de otros pastos, que hasta desde el infierno se alcanza a ver el cielo, imagino al vecino insomne surfear el paisaje aniquilado cada mañana de domingo. No pocos vendieron sus casas antes de que la primera ZAS hiciera rugir aquella gran cisterna y trasegara la mierda hacia nuevos inodoros: el Carmen, el entorno de Woody, la Xerea con sus México Lindo, Bovery o Rincón Latino..., y Juan Llorens, donde mi hígado le perdió el rastro. El clamor contra el botellón llega hoy desde las plazas de Honduras, del Cedro y de España, los alrededores de la estación del AVE, Benimaclet, Malvarrosa, Ruzafa, Blasco Ibáñez y la Creu Coberta, donde a la tensión de los alcoholímetros se suma una violencia que antes no existía. Claman los vecinos y me es fácil empatizar con ellos. Yo estuve allí, sólo que en otro tiempo, en distinto lugar y en el bando equivocado. Siempre leal a mi lima con Martini.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.