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Me gusta Gan. O Gan Pampols, como ha convenido en llamarlo el periodismo, cual si fuera un árbitro -Urizar Azpitarte, Casajuana Rifà, Enríquez Negreira (con ... perdón)-, desconozco si por darle pompa o para complicarnos la siempre ingrata labor de titular. Me gusta Gan por lo que representa y también por lo que no: el marciano junto a su platillo, un profesional ajeno a la política, tecnócrata podríamos decir, que acude a la peligrosa llamada de ésta para tratar de resolver el problema que a ella se le fue de las manos. Me gusta asimismo la puesta en escena, ese deje de desapego hacia su desesperado contratante, estoy contigo pero no soy tú, pues una cosa es ejercer de clavo ardiendo y otra quemarse. El modo en que dos meses después de la tragedia cuadró a unos y otros en el debut en Les Corts, su agrio reproche hacia los «debates cainitas» mientras el pueblo braceaba en medio del barro, espetado sin tapujos a la cara de Caín y Abel, a tomatazos frente a él en las bancadas de la izquierda y la derecha. El cordón sanitario reforzado ahora que el drama cabalga hacia el medio año, enfatizando que nada tiene que ver con ellos, con los políticos, y la mugrienta capa de intereses que los pringa hasta las cachas, yo hago esto y me voy, me resbala el rollo que os traéis con los votos... Sí, me gusta Gan.
Me gusta también el hombre de los tres nombres, José, María y Ángel, a los que sus allegados agregan un cuarto, Perico, en recuerdo del loro que tenía en su despacho. Apellido y seudónimo juegan sin embargo al despiste, porque Ángel, Periquitín, nunca ha sido de sobrevolar los lugares donde pace. Siempre gustó de pisar el suelo y dejar huella, como buen runner que es, y maduró el atributo de la proximidad siendo alcalde en el sentido más berlanguiano del término, unas veces vecino, otras amigo. Al contrario que Gan, Ángel nunca podrá evadirse de los grilletes de ser político, y la sombra del tren de Bejís aún se yergue luenga y acechadora, pero luce un talante colaborador y unos conocimientos que son cuanto requerimos.
Diríase que ante esta crisis cada administración ha encontrado en la reserva a su señor Lobo, y la cosa quizá funcione pese al turbulento despegue, que puesto el cinéfilo a buscar una referencia atinada la hallará antes en 'Wolfs' que en 'Pulp Fiction'. Cuenta la película de Apple cómo Clooney y Pitt, dos solucionadores de problemas pertenecientes a organizaciones antagónicas, tratan de zancadillearse hasta que descubren la necesidad de cooperar. Sólo entonces, al aunar fuerzas, la cosa fluye. De vuelta a la realidad, no es de recibo que durante tanto tiempo hayan tenido Gan y Ángel que urdir su alianza a escondidas, pero lo importante es que al fin tenemos un punto de partida, aunque para ello fuera necesaria la mediación de un periódico, la prensa cuarto poder pero dispuesta a ser el primero si los otros tres no se entienden. Apenas entraron ambos en escena, la política y sus demagogos limaron colmillos y vinieron con lo del sueldo. Así supimos que el uno ganaría 84.000, y luego que el otro 120.000, y después que lo del primero serían en realidad 102.000. Poco me parece. Si nos sacan de esta sus honorarios habrán resultado una inversión, y si no sólo estaremos ante otra nueva decepción. Más que señores Lobo necesitamos señores, los lobos ya los teníamos.
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