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Conmemoramos el quinto aniversario del covid, mira que nos gustan las cifras redondas, cuando en puridad lo que cumple un lustro es el cénit de ... nuestra ignorancia. Pongámonos por tanto las velas entre ceja y ceja, pues aunque en febrero de 2020 ya teníamos un muerto sobre la conciencia, nosotros todavía no estábamos en esas. Lo nuestro era caricaturizar: anda qué ricos, humor amarillo, montan en cero coma un hospital de campaña, ¡cosas de chinos!; ¿cómo hay que llamar al bicho, 'coronaqué'?, ni que hiciéramos manuales de medicina, ¡cosas de científicos!
El apocalipsis pandémico fue equiparable a adentrarse en el túnel del terror tras una generosa ingesta de alucinógenos. Aún hoy cuesta creer lo vivido. La memoria colectiva se recrea en los actores principales, por todos conocidos: el profético doctor Simón, candidato día tras día a estribillo de 'Radio Futura'; el hierático Illa, quien recita cambios de fase sobre su trampolín político como Josema Yuste la Q1 y la Q2 en la Nochevieja de 1989; las homilías del fin del mundo de Pedro Sánchez, dignas de 'Independence Day' apenas cambiando la sala de prensa de La Moncloa y el Falcon por el escritorio Resolute del Despacho Oval y el Air Force One... Luego está la otra memoria, la individual, portadora para todo quisque de un buen puñado de secundarios. Iré con los míos. Convertido en uno de los primeros infectados de Valencia, por orden de aparición encabezan mi casting el hombre de ciencia que no se cree nada y a pecho descubierto (y boca destapada) abofetea dudas -«¿tú crees que si hicieran falta mascarillas o trajes especiales iría yo vestido así? (de paisano, se refiere)»-; el médico que sí intuye de qué va la cosa y, tras discreto interrogatorio en el patio del hospital, me conduce a un cuarto clandestino con videoportero; la joven enfermera que hace prácticas de PCR con la delicadeza de un martillo neumático -«ponte la 'ele', chata», voy pensando antes de desplomarme en la calle por la impresión-; otro médico, mi primera visión desde el suelo al abrir los ojos mientras suena a lo lejos el 'Valencia en Fallas', que me pregunta: «¿Pero qué narices hacen ustedes en su periódico para coger esto?»; el alcalde asediado en un pleno -«sí, es cierto, tenemos un infectado en el pueblo pero ya se ha marchado»-; la mejor amiga de mi hija, que le retira la palabra por si he pasado la mota negra a su familia; la directora del colegio, con la que pacto una excusa para el absentismo escolar sin generar alarma; la doctora aterrada que telefonea, detalla sus síntomas y me pide que yo le diga si está enferma; una vez sanado, el guardia civil gourmet de la cuneta a quien no le gusta el menú que llevo a mi suegra dependiente (lo ve poca cosa, para un táper de paella y otro de albóndigas mejor quédese en casa en vez de arriesgar), me fotografía contra el coche con el DNI en la mano y emplata una nutritiva multa por viaje injustificado...
Hay muchos más, la hecatombe dio juego, pero esta no es su efeméride, sino la de nuestra ignorancia. Me pongo de ejemplo: «En tres meses nadie hablará de esto», acababa de oír por la Redacción, pero como ese día no había mejor foto para portada ahí me la plantaron. La encaré con dudas sobre cómo aludir al microbio. ¿Covid-19, quién retendrá ese palabro?, me dije, así que lo descarté y escogí el nombre por el que sin duda perduraría: ¡virus de Wuhan!
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