Fango eres... Confieso que me tiene intrigado esta máquina de la que todos hablan. Me pregunto cómo funciona, qué sé yo, si se activa mediante un complejo sistema de poleas y si es sólida o tratan de colarnos otra baratija de plástico malo marca Acme. ... Luego está el asunto ecológico; poca broma, que somos capital verde. ¿Usará energías renovables o contaminará como los coches insolidarios que conduce la gente de derechas? Antes de precipitarme acudiré al padre intelectual del ingenio -'Número cero', 12,30 euros en la Casa del Libro- para ojear las instrucciones, más secretas que la fórmula de la Coca-Cola. A ver si el autor de 'El nombre de la rosa' me ayuda a entender al hombre de la rosa. Porque como ciudadano y periodista, no importa el orden de los factores, celebro esta cruzada contra los bulos y el palabro de moda, 'lawfare', pero sospecho que la dichosa máquina falla más que aquella tostadora que le saqué al banco y lo mismo torra el pan que funde los plomos. A juzgar por las reacciones, debió de averiarse -la máquina, no mi tostadora- cuando la usaron contra Camps, y en vez de fango produjo rico tiramisú. Menuda suerte la suya, lo que le habrán alegrado la vida quince años de golosina, que Obama acababa de estrenar su casa blanca, el nuevo Mestalla olía a cemento fresco, el Botánico era sólo un jardín, no existía el gol de Iniesta y al Madrid aún le faltaban seis Copas de Europa. A nadie preocupó, por tanto, la mutación del presidente en portaaviones de una guerra de barcos de la que sale tocado y hundido pese a hacer agua todos los torpedos. Se conoce que de nuevo desvarió la máquina con Barberá y Oltra. Tampoco lo suyo era fango, sino de nuevo tiramisú, el mismo que barnizaba la jeta de Sánchez mientras mentía con Bildu o la amnistía. Sin embargo ahora la máquina sí funciona, cosas de la tecnología, venga lodo sobre una pobre familia. Incluso Illa ha cambiado de Umberto, del rigor de Eco al almíbar de Tozzi, para recordarnos que el patrón es esposo, padre, hermano e hijo. ¡Canastos!, de modo que ese es el criterio que fija el listón de la humanidad: a la prole de Camps y Oltra esto la pilló crecidita, y de Barberá ni hablamos que estaba soltera. Nos sobra la porquería, del uno al otro confín, pero como diría Bisbal aquí no hay más máquina que Sánchez. El problema no es el fango, en esto no cabe el debate, sino qué se considera fango y qué no. Porque si la ideología nubla la razón nos vuelve tipos peligrosos.
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...Y en fango te convertirás. Noche cerrada, hambre de historias. Sólo faltan la hoguera y el corro de niños para completar la escena, porque cuento y cuentista ya los tenemos. Érase una vez un señor que, deseando perpetuarse en su feudo, salió en busca de la inmortalidad. Encargó por ello a sus gremios hurgar entre viejos legajos para fabricarle la máquina infalible, capaz de blindarlo ante las veleidades de jueces y populacho, pues ya se sabe que cuando pintan bastos faltan cabezas para tanta pica. Hicieron descartes: la de Wells no, para qué querría el señor viajar en el tiempo si este era su momento; menos aún la del amor de Jacqueline Susann, pues él estaba «profundamente enamorado» de su mujer; ni hablar de los inventos de Verne... Hasta que de pronto, eureka, alguien pronunció un nombre, Eco, y el resto es historia. Arrimaos que os la cuento.
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