Cómo imaginar en aquel tiempo de sombras que el chico triste acabaría contándolo todo en sus memorias. Vayan tres hurras por él... ¡Cinco y acción! Corre el minuto 45 y Riazor ya huele a descanso, bocata, cocacola y miedo. Deportivo y Real Sociedad apuran sus ... opciones de pelear la Liga al Madrid galáctico. Ambos necesitan vencer, la cosa va empate a uno y en las filas visitantes está Zuhait Gurrutxaga, defensa central al que acaban de diagnosticar un trastorno obsesivo compulsivo (TOC), circunstancia que apenas sus íntimos conocen. No lo saben los compañeros, para quienes sólo es un tipo rarito, ni Denoueix, el técnico, que le ordena ir al ataque y rematar el último córner. Entre las manías ya acumuladas por el zaguero sobresale repetir cinco veces todo gesto cotidiano, desde vestirse o lavarse las manos hasta revisar las conexiones de luz y gas antes de salir de casa. Con los años irán llegando más, la peor el pavor al contacto físico con la gente. Pero quien esa noche le turba es el rey de las supersticiones, el pie izquierdo, que bajo ningún concepto puede ser el primero en atravesar cualquier raya del campo. Minuto 45, decíamos. Disciplinado, pisa el área rival Gurrutxaga, metro ochenta de puro mocetón de Elgoibar. Implora que el balón vaya a otro, le quema la responsabilidad, pero el centro lejano de Barkero hurga en su herida y lo busca como la botella al alcohólico. El pase queda largo, y mientras hace él ademán de perseguir la pelota, qué dirán si no, hostigado por el deportivista Scaloni, su cabeza anda en otro asunto. Lo cuenta en 'Subcampeón', autobiografía recién premiada con el Panenka al mejor relato deportivo. Lo que en ese minuto 45 obsesiona al chico triste no es el gol, sino evitar que la maldita zurda pise antes que la diestra la frontera del área, y confuso en el precipicio decide lanzarse de cabeza al suelo cual avestruz a su agujero. Con tal angustia que López Nieto pita penalti mientras él, confiesa que avergonzado, se escurre hacia su campo. Kovacevic lo estrellará en el larguero; el Dépor se llevará esa noche el partido -gracias a un chut de Fran que desviará ¡Gurru!; con la pierna derecha, para que luego digan-, y el Madrid ganará meses después la Liga. En la última jornada, nada nuevo bajo el sol. Con los donostiarras segundos a dos puntos. Los que sin querer pudo sumar Gurrutxaga. Mejor dicho, su trastorno.

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Festejó el defensa que la Real no fuera campeona, también lo admite hoy, pues entre la euforia colectiva se habría sentido aún más solo en su ansia de llorar, y a partir de ahí inició la cuesta abajo. Descendió peldaños, ya retirado se hizo cantante, presentador y humorista, confirmando las dotes de comediante que el mundo ajeno a su mal le atribuyó aquel domingo de abril en A Coruña. Y un día descubrió que había escapado de su prisión mental, el «lugar oscuro» del que ahora huye Ricky Rubio -le sobran celdas al cerebro- por el túnel que excavó Simone Biles. Sin mirar atrás para no ver el 133 de Yago Lamela, el gorro rojo de Jesús Rollán o el maillot blanco Banesto del 'Chava' Jiménez, caídos en combate contra sí mismos. Cuando braceaba en su fondo del mar, Gurrutxaga se abandonó, autodenominándose loco. Eso demuestra de dónde venimos. La pasada semana un desalmado en las redes sociales acusó a Ricky Rubio de fingir para romper un contrato. Eso demuestra cuánto nos queda aún por avanzar.

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