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La infancia son recuerdos, ya lo escribió Antonio Machado, y aunque llegues a sentir que a la tuya le faltó el huerto claro donde madura el limonero, pues para eso muy poeta hay que ser, seguro que al afilar la memoria encuentras más bueno que ... malo. Y sabiamente patrocinado. La mía discurrió en un tiempo donde las muñecas de Famosa hacían más por la Navidad que todas las misas del gallo juntas, mientras sus primos los clicks, que eran de Famobil, libraban una batalla con los enclenques airgamboys, incruenta como la de los madelman y geyperman. La magia la ponía Borrás y los juegos los reunía Geyper, capaz de aspirar con cuatro ratas de colores a la hacienda del mismísimo Monopoly. En materia olfativa Chispas deseaba serlo todo, tu primera amiga, tu primera canción y por supuesto tu primera colonia, aunque fuimos batallón los que decidimos no perfumarnos hasta que la despampanante motera Jo Bennett encontrara a Jacq's; hito aquél del machismo publicitario del que luego rodaría una versión ibérica la hoy feminista Isabel Coixet. Como la austeridad es cíclica, Gior ya nos enseñaba entonces que un poco de pasta basta y el omnipresente Manuel Luque aleccionaba a los hogares junto a un tambor de Colón con aquellas trazas de profesor de instituto y su «busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo». Si estábamos de más en algún sitio pedíamos una Casera, deseosos de escuchar 'no' para decir «nos vamos», aunque nada nos movía de allí si antes se manifestaba la Santísima Trinidad: Frigodedo, Frigopie y ese Frigurón que azulaba la lengua. Chelo Vivares refrescaba el aliento con sus pastillas balsámicas Praims, «¡qué cosas tiene mi novio!», y al toser pedíamos entre gallitos Fórmula 44, pariente del Vick VapoRub. Aunque para familia, el primo de Zumosol. Hornimans musicalizaba el sabor de una taza de té, los más intrépidos fantaseábamos con esas zapatillas que permitían subir por las paredes y todos sabíamos que Bic naranja escribe fino y Bic cristal escribe normal. El mejor guardaespaldas no era Kevin Costner sino Pikolin, la flor de Yoplait parecía inmarchitable, a cada donut repetíamos «¡anda, la cartera!» y los dentistas veneraban esos agujeros rodeados de buen caramelo llamados chimos. Woody o Distrito 10 eran templos de los Privata, reyes del pijerío junto al eterno Levi's, cuya etiqueta, naranja o roja, encasillaba al portador. «El remedio, pegamento Imedio». Pralín, «la merienda feliz». Sorbos de Mirinda y de tanto en tanto al puchero una pastillita de Starlux, fijos en el carrito del Superette o el Jobac. Muchas de aquellas marcas desaparecieron o agonizan, en otros casos lo hizo su sempiterno eslogan o significado social, y seguir el rastro de las migas olvidadas por el camino ayuda a entender cómo somos. Los rotuladores, Potombo o Carioca; Lois, lo que más mola; Grin's, y que miren; Soberano, cosa de hombres; Mister Proper, el icono cultural que incluso dio apodo al futbolista Dertycia hasta que alguien lo llamó Don Limpio; Cropan, cromos con chocolate; Abanderado, tu segunda piel en el día más señalado; Vernel, para no oír «rasca mamá»; Miko y Avidesa, el helado que se derritió..., y Marie Claire, un panty para cada mujer. El estertor de la centenaria empresa textil valenciana apuñala a la nostalgia. Adaptando su otro histórico lema, hay penas que no son medias, son enteras.
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