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Ya puede Leticia Sabater rociarse de anticaspa y poner su barbacoa al punto G, que ni Augusto Algueró redivivo la encumbrará al trono de Georgie Dann. El sonido del verano será una vieja nana, aquella de «que viene el coco», reconvertida en canción protesta con ... voz y letra de Pedro Sánchez, arreglos del maestro Tezanos y toda la izquierda a los coros; un pelotazo de proyección internacional cuyo pegadizo estribillo arrasa en Twitter y pronto lo hará en discomóviles y verbenas. Duérmete niño o si lo prefieres sigue en vela: no es que el coco esté en camino sino que ya proyecta su sombra bajo tu puerta. Si te preguntas por qué, hallarás la respuesta en otra canción infantil. Detrás de papá pato siempre vienen los patitos, y las necesitadas alas de nuestro cisne negro han cobijado a toda suerte de pájaros cuyo renquear levantó el polvo del que ahora surgen estos lodos. Desvelado el porqué, llega el turno del qué, o más bien del «y ahora qué». Encarado el asunto con frialdad, la solución salta a la vista. Bastaría un gorgorito del nuevo ídolo de la música ligera para espantar la pesadilla, el generoso reconocimiento a la lista más votada encerraría al coco bajo siete llaves, pero eso le dejaría a él sin canción del verano y a nosotros a merced de la Sabater. No nos engañemos, ninguna amenaza pesa tanto como la de perder el poder, de modo que sigamos la línea de puntos: el coco lleva al miedo, y el miedo, sagazmente tocado por la varita mágica del CIS y un pico de oro, a la movilización, clave para papá pato y sus patitos tras el 28-M. La conquista del relato marcará las dos semanas que nos distancian del vértigo. El de la izquierda está claro, su aparato de propaganda a pleno rendimiento, reparto de coronas y cuernos según convenga santo o demonio, y hasta reservistas como Oltra ven en el granizo revelaciones políticas en formato nuez. ¿Es indecente la cogobernanza con Vox? Rotundamente sí. Su mensaje de odio, negacionista y exclusivo, no cabe en una sociedad íntegra. Y menos aún desde la provocación, que sólo si les canta alto sacarán sus caracoles los fosilizados cuernos al sol, a saber cuántos de ellos anhelantes de pasar el resto de sus días cara a él. ¿Hay que vetar a Vox? Rotundamente no. Cumple las reglas del juego, el respeto a sus anomalías engrandece aún más la democracia, y desde luego no puede pedir política preventiva quien tanto bajó el listón moral para pactar con los que sí violentaron la ley. ¿Merece castigo el PP si se conchaba con Vox? Lo decidirá su electorado. No el líder de una mayoría tejida a base de retales, alguno con pasado sanguinario o ideario anticonstitucional. No su socia, oculta tras una pancarta contra la censura mientras incluye en su programa, y luego retira cobarde, mordazas a periodistas. A los que mientan, dice; habrá que ver lo que entiende por mentiras toda vez que el presidente confunde las suyas con cambios de opinión. Al final nos sacará del embrollo la microbiología. El poder desenmascara y su sistema inmunitario genera anticuerpos contra los impostores. Si Vox gobierna acabará como Podemos, de contrapoder a humilde muletilla socialista bajo otra ganadería y espada. Y allá el PP si descuida sus cortafuegos. Remojará las barbas en las aguas aún turbias de tanto barón del PSOE pelado por las ínfulas de su jefe, al que en privado también llamarán coco.
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