Con perdón

De acuerdo con esta teoría de la culpa heredada debí resistirme a que mi hija se largara este fin de semana a Roma. Al menos mientras la embajada no trasladara su arrepentimiento por el destrozo que nos hizo Escipión Emiliano con el cerco de Numancia, que no sólo en fútbol ganamos a Italia, también en memoria, pues mira que se las tuvieron tiesas Florencia y Siena, con los Médici siempre enredando, y hoy comparten guías turísticos. Por lo que a mí respecta congelo toda opción de vuelo transoceánico hasta que Puerto Rico formalice su lamento por exportarnos el reguetón, a saber cómo sale nuestra muchachada de esta, y desde la distancia reivindico el veto universal a Reino Unido mientras Inglaterra no se humille ante Oceanía por las andanzas del capitán Cook, siempre que Papúa Nueva Guinea nos exprese a su vez remordimiento a los amantes del cine clásico porque sus antepasados trataron de merendarse a Errol Flynn; y permítaseme añadir al pack una delicatessen: que Australia me curse un desagravio personal por el gol que su árbitro Bambridge robó a Míchel en el Mundial de México, origen de mi insomnio. Espero asimismo que Harris tumbe a Trump y su primera comparecencia sea un acto de sincera contrición por los crímenes del Enola Gay en Japón, a cambio de que Tokio lamente la sangría de la batalla de Singapur, con la condición de que la excolonia británica haga asimismo penitencia por el regalito que envió a cobro revertido a Mestalla. Admitamos que en esto del remordimiento los alemanes llevan ventaja, también hay que reconocer que la liaron muy parda. Ahora falta que Israel, masacrado su pueblo hace 80 años, tome ejemplo y vaya pensando en pedir indulgencia a Palestina cuando cese el horror. Aunque si Netanyahu no lo hace siempre puede sustituirlo la presidenta electa de México, dadas sus raíces judías. Vamos ahorita doña Claudia, mire menos a España y atrévase, es un pasito nomás.

Fin de la chanza. También dicen que dijo Manzoni que las injurias tienen una gran ventaja sobre los razonamientos: la de ser admitidas sin pruebas. Y ya se sabe que la peor de las mentiras es la verdad a medias. La historia ha de ser lección, no puñal. Más nos valdrá que en vez de enfrentar a los pueblos juzgando el pasado con ojos del presente centremos nuestras obsesiones en construir un mundo mejor.