En descargo de la política responsable y sus meteorólogos, admitamos que llevan años profetizando el fenómeno: la ola reaccionaria que zarandea Europa acabaría convertida en tsunami. Y lo peor de todo, sobre su amenazadora cresta no sólo surfean tipos rancios con más pasado que presente, ... sino también el futuro de muchos jóvenes dispuestos a descoser la convivencia. Ni un pero a su vaticinio, que el día después de la gran consulta las isobaras echan humo. Francia y Alemania. Bélgica e Italia. Países Bajos. Y en menor medida también España, donde hasta nos ha crecido un friki a la derecha de Vox, quién lo iba a decir, y en cuatro días ofrece ya generosa sombra. Me pregunto sin embargo que ha hecho durante todo este tiempo por revertir la situación esa misma política, aquí le quito el adjetivo, más allá de gritar con cara de panoli aquello de «¡que vienen las suecas!» Al fanatismo no lo derrotan las palabras, sino los proyectos.
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Jóvenes. Les apuntan con el dedo y como señalar está feo trataré de erigirme en cualquiera de ellos por unos renglones. Me imagino camino de los treinta, sobrecualificado pero incapaz de encontrar trabajo de lo mío, repartidor de currículums en estado vegetativo. Me siento un bólido sin ruedas, agarrado al ridículo jornal que gotea de algún 'mini-job' desmotivador con el que iré tirando hasta que una oposición o un golpe de suerte me salven el pellejo. Sé que mi única oportunidad de tener techo en Valencia es heredarlo, qué mal suena eso, o permitir que me roben, no suena mejor. Lo más hiriente son las expectativas. Soy un tipo formado, no me resigno, y el deseo de vivir bien me oprime casi tanto como la ofuscación de vivir mal. Siento que moramos en dimensiones diferentes, los tipos serios la suya, yo la mía, hasta que llega el día en que la democracia se va de fiesta, gloria a Dios en las alturas recogieron las basuras y todo eso. Entonces me piden que vote, ¡no caigas en la abstención!, pero además que vote bien, ¡no te dejes tentar por el «todo a la mierda» del populismo ultra!
Las elecciones europeas vienen a ser como cuando se suspende la Liga para que juegue sus amistosos la selección, un bajonazo, y aun así me avengo a escuchar. ¿Qué oigo? Me inquieta el paro y ellos hablan de Cataluña. Mientras todavía lucho por salir del ralentí de la pandemia, su monomanía es el novio de Ayuso. Si les pregunto por las desigualdades económicas, un mundo ensangrentado o la emergencia climática me salen por peteneras. Los jueces acusan a los políticos de intentar mangonearlos, los políticos a los jueces de prevaricar, el Gobierno perdona a unos delincuentes, los delincuentes prometen volver a delinquir. Como respuesta al escepticismo, ¿qué hay de lo mío?, todo el debate orbita en torno a la señora del señor presidente, su melodrama, dile que la quiero, ¿Pedro Sánchez o David Civera?, las cartas con membrete de la Moncloa, me río yo de la correspondencia de los tesalonicenses, mensajes apocalípticos que hablan de fango, de persecuciones, el líder del sistema metido a antisistema. Pero mientras tanto, chaval, tú vota. Y vota bien o te estiraré de las orejas. Vista la inmadurez de quienes nos gobiernan, tómense el día libre los grandes del pensamiento político. Nos bastan Perrault y su ingenuo Pulgarcito mientras perseguimos en busca de tierra fértil las migas de pan que se comieron los pájaros.
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