Mi colega, un dechado de sabiduría balompédica en cuanto riega su intelecto con unas cañas, acostumbra a pregonar que Guardiola ha hecho mucho daño al fútbol. Fundamenta su aserto de barra de bar en que la filosofía del aclamado entrenador ha degenerado en trampa para ... mediocres, reflexión que a partir de ahí proyecta sobre cualquier ámbito ajeno al deporte. En la vida unas veces toca vals y otras rock, arguye mientras embucha una tapa, y además debes acertar al elegir tus instrumentos. Ahora todo el mundo ansía la excelencia, así el brillante como el zoquete, lo que con frecuencia airea el trasero de quien acumula más carencia que virtud. Me busca y me encuentra, pues sólo en parte compro su dogmatismo. Del mismo modo que Sinatra no tiene culpa del reguetón, ni Robuchon de la comida basura, el problema no es Guardiola, sino quienes careciendo de ornamento insisten en mirarse en su espejo. Para el resto, artistas y fisgones, ha sido una bendición. Le acepto gustoso a mi colega sin embargo el juego de extrapolar el debate, por ejemplo a la política. Cuando promete Gómez hacer de Valencia la capital del Mediterráneo, arcadia del talento y la calidad de vida, se revela grandilocuente, pero aun así no puedo más que aplaudirla. ¡Y de los siete mares, qué caray!, añadiría yo. Lo mismo pensé en 2015 al oír al entonces candidato Ribó confesarse capaz de transformar Valencia en capital de la bici en el Mediterráneo, más pesados estos chicos de la izquierda con el Mare Nostrum que los mismísimos romanos. Tiendo a recelar de las frases huecas fertilizadas por el clima electoral y de las medallas de hojalata. Me pregunto de qué sirve ser la Capital Verde Europea, aparte de trincar 600.000 euros, si caminamos entre alcorques vacíos y árboles huérfanos de poda. Lucir la vitola de Capital Mundial del Diseño con un Ágora envuelta en calles intrincadas, supermanzanas, mercadillos ambulantes y maceteros imposibles. Aspirar a Capital Europea de la Innovación cuando en tu catálogo figuran genialidades como el carril bici de Fernando El Católico, eso sí que es innovar, convertido en desfiladero para pedales intrépidos. O que Forbes te eleve al rango de mejor ciudad para vivir si no sabes desactivar polvorines como las Casitas Rosa, combatir la delincuencia, limpiar las calles o evitar que en un paseo por Tres Forques los setos crujan cual maracas hasta que se cruza en tu camino una rata del tamaño de un conejo. Tampoco le veo la gracia a abolir el coche privado si no ofreces transporte público en condiciones. Todo ello son buenas ideas, pero mal ejecutadas. Como ocurre con los imitadores de Guardiola, la tara no está en el modelo -por ser, yo querría que Valencia fuera capital de la Vía Láctea-, sino en la incapacidad de quienes lo abrazan para calibrar sus propias limitaciones. A la vicealcaldesa, la de la capital del Mediterráneo, le recuerdo que lleva ocho años gobernando. Alabo su pomposo objetivo, pero visto lo visto me temo que le viene grande. Al alcalde, el de la capital de la bici, prefiero regalarle una cita de Fernando Aramburu en 'Los vencejos': «Una causa, por muy justa que sea, se vuelve dañina cuando la defiende un fanático». Dicen que querer es poder, pero de nada sirven lo uno y lo otro si no les acompaña el saber.
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