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Ostras papá, exclamó ante mis ojos perplejos, Mariah Carey dándolo todo por la megafonía de aquel salón de actos repleto de pastorcillos recién llegados de asaltar la misma tienda de disfraces. ¿Has visto que tiene el cuello blanco?, percutió el muchacho. Y como por supuesto ... lo había visto, ahí nos quedamos tiesos los dos, sosteniéndonos la mirada, cada cual en busca de un tópico salvador, agarrado él al del 'gato encerrado', escondido yo bajo el 'tierra trágame'.
Empecemos por el principio. En defensa propia alegaré que protegí el fuerte hasta el límite de mis posibilidades. Quizá donde yo veía tradición no había más que chovinismo, pero el caso es que el gordinflas del traje rojo estrafalario no pisó mi salón mientras fui niño y en el albor de la paternidad. Resistí estoico, decía, hasta que tropecé con la ciencia, o más bien lo hicieron mis hijos, y estalló el motín que habría de cambiarlo todo. Descubrieron los angelitos la utilidad de las matemáticas aplicadas a los usos sociales: que uno y uno suman dos y que dos siempre es mejor que uno, sobre todo en asuntos crematísticos. Si añadimos lo evidente, no hay atajo que lleve al 6 de enero sin pasar por el 25 de diciembre, con unas largas vacaciones por delante, a nadie sorprenderá que Papá Noel erguido sobre sus renos acabara entrando en casa como un general romano en el templo de Júpiter. Pero en mi fuero interno nunca dejó de ser el gorrón que se autoinvitó a la fiesta de los Reyes Magos, de modo que me imaginé fundador de una aldea poblada por irreductibles galos -¿dónde habré leído yo eso?- y batallé en la clandestinidad contra la convivencia pacífica con el impostor.
Lo admito, en mi desesperación llegué a jugar sucio, explotando la veta emocional con argumentos que apelaban al dolor de unos Reyes despechados, pero para que todo funcionara era imprescindible que la tropa siguiera creyendo y fue entonces cuando topé con el fuego amigo. Si existen tipos velludos y somos un pueblo mestizo, ¿cómo se les ocurrió en aquel festival navideño vestir de Melchor a un paisano lampiño al que hubo que algodonar toda la cara y, peor aún, convertir en Baltasar a quien embetunado de arriba abajo continuaba pareciendo más noruego que africano? El caso es que en cuanto el niño le vio al segundo clarear la nuez dio la voz de alarma. Bola de partido, pensé, aunque la salvé de revés. Resulta, inventé sobre la marcha, que los Reyes no pueden venir tan pronto, están atareados porque son gente seria, no como el embaucador nórdico, deslicé ladino, y envían de avanzadilla a los pajes, que al haber niños pequeños se disfrazan de los originales para hacerles más digestible la historia. Aquello coló, aún no sé por qué, y estiré el chicle, o eso me hicieron creer, otro par de inviernos, pero tan mal lo pasé que agradezco al Ayuntamiento la elección para la cabalgata de 2025 de un Baltasar como corresponde. Currela de párroco en Borbotó y por lo que a mí respecta como si hubieran escogido a un fontanero de Vinalesa. Lo importante es que ¡es negro!, y hasta Confucio coincidirá conmigo en que nadie hará de negro mejor que un negro. Este año por ahí tenemos la batalla ganada, aunque yo no bajo la guardia y como todas las Nochebuenas atrancaré puertas y ventanas, con un leño ardiendo en la chimenea, para ver si por fin el barbas lo pilla.
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