Urgente Un accidente múltiple provoca retenciones en la V-31 sentido Castellón

Que tropieza dos veces con la misma piedra lo sabemos todos, y que es malo por naturaleza lo sabía Hobbes, pero nadie nos advirtió lo suficiente de otro atributo que aflora en la complicada genética del ser humano: su capacidad para arruinarse la vida cuando ... la tiene resuelta. Ahí está, próximo y reciente, el canónico ejemplo del pelotero Rafa Mir. Tantos años abrazado al anhelo de regresar al Valencia, o de escapar cuanto menos del fajo de los cromos anónimos, para terminar así, berreando «¿no sabes quién soy yo?» en una cuneta, esposado a la crónica de sucesos y acusado del más detestable delito. No siempre cabe abrir el baúl de los juguetes rotos con la llave del reproche, pues la vida rivaliza en curvas con las cuestas del Alpe d'Huez. Mira cómo se las gastó con Quini, buenazo hasta la médula, capaz incluso de pedir clemencia hacia sus secuestradores apenas liberado: de la noche al día, por una mala decisión económica, el Brujo se vio en la ruina y picando puertas desesperado como agente comercial. Pero no es lo habitual; casi siempre el empujón al precipicio no viene de un ramalazo de la peor suerte sino de la mala cabeza. El yonqui Maradona, el alcohólico Gascoigne, el convicto Ronaldinho, el aborrecible Dani Alves..., la lista es interminable y el goteo seguiría aun cambiando, qué sé yo, el tapete verde por la alfombra roja. A Will Smith le aligeró nómina y agenda el arrebato de un puñetazo, y eso que como Muhammad Ali acarició el Oscar. Nadie con escrúpulos aceptaría hoy el dinero de Harvey Weinstein o se colocaría frente a la claqueta de Woody Allen, y ni Dianne Wiest ni Gwyneth Paltrow volverían a poner una estatuilla en las manos de Kevin Spacey a pesar incluso de su absolución.

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Como todos ellos, culmina ahora su autodestrucción el condenado Zaplana, a quien por edad y salud los diez años de trullo le huelen a cadena perpetua. Repaso su trayecto vital y ya querría para mí tanta suerte. Un parte médico lo apeó del avión militar, que se postulaba para piloto, y lo subió al tren de la política, tan falto de revisores. Una buena boda le dio holgura económica y relevancia social. Las relaciones sagazmente urdidas desbrozaron su camino: una tránsfuga lo hizo alcalde; un pacto con pollo, presidente autonómico; un amigo, ministro y portavoz del Gobierno, y cuando la cosa se torció en el pesebre ideológico aún le aguardaba un generoso carguito en Telefónica. Quien lo llamó 'campeón' sabía lo que hacía; podía haberle puesto también 'intocable', pues los que ya andábamos en este negocio durante su ascensión a los cielos sabemos cómo apretaba el todopoderoso. Pero no acaba ahí su potra. Si buceamos por los bajos fondos curriculares veremos cuánto se mofó de Murphy y su mantequilla. El caso Naseiro y las escuchas, los tejemanejes tras el 11-M, los contratos con Julio Iglesias, el reloj de Lezo, las facturas de Terra Mítica... De todo salió airoso, las «balas que me rozan pero no me dan» de Sabina, hasta llegar a los papeles de Erial, cuyos renglones sepultan la suerte del campeón, volviendo purgatorio entre rejas la que debió ser una vejez de conferencias y atraquillos a cuenta del prestigio conservado en formol. ¿Le salió a cuenta vivir tan bien para acabar así de mal? Completo en tal caso la teoría de Darwin: el hombre viene del mono, y visto lo visto jamás debió bajar de esa rama.

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