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Martes, la vida enredada en una telaraña de horas punta. Los martes son bisagra, agenda y barro, ruido de cascos y caballos de batalla. Un martes de catálogo huele a gasolina, sabe a menú del día, suena a bronca. Como cada martes el cuerpo pide ... salsa tabasco, un pellizco de justicia ajusticiada, de brega política, de indicadores económicos..., ¿adónde voy yo entonces con este almíbar? Qué vamos a hacerle, nada mejor podría hoy ofrecer porque todo martes es hijo del lunes, nieto por tanto del domingo, y el último domingo presencié un milagro. Ni por el maestro Berlanga esperaría hasta el jueves para contarlo. En tierras de sequía el sol decidió esa mañana dormirse entre las nubes, amaneció el cielo lagrimoso, destemplado, como de luto, y bajo el velo, por las tripas de Massalfassar, cientos de trotones populares salimos a sudar por ella, por Pepi Plaza, recién huida de las sombras para volverse luz. Se intuye que también aire, pues en ruta pudimos sentirla próxima, unas veces de frente y otras de costado, ahora viaja en mis pulmones, ahora vuela en tus suspiros. Lógica su omnipresencia, pues nadie ha luchado tanto por existir como esa mujer a la que tuve el gusto de conocer. Apenas desprecintada la juventud le envió el destino un autobús de línea para atropellarla. Aquel vehículo siguió su camino, volviendo tortuoso el de ella, tres años de quirófanos por delante, y en medio la hepatitis C contraída en una de tantas salas de operaciones, el hígado un enfermo resabiado con el que pelearía el resto de sus días. Convencida de que la suerte es sólo otro ingrediente más de la vida, cuando no la tienes improvisas el guiso sin ella, fue triunfando a contrapelo en todo aquello que se propuso, el negocio, la familia, optimismo en vena, pero nunca hizo las paces con su mala estrella, que por la jubilación le regaló un linfoma. Otra batalla más para Pepi, y entonces su respuesta, enérgica, vital como era ella, fue convertirse en runner. «Voy a mi ritmo, Badillo, lo importante es moverse». Ocho meses ha durado el esprint, de pie hasta el fundido en negro, agarrada a cada hebra de esperanza. Dicen que recordar es una forma de perpetuar a los que se fueron. Defender su ejemplo sería otra, así que no volveré a quejarme, con esa lección suya me quedo, cada vez que la adversidad magulle mis rodillas. Haré un lema del mensaje que me envió su última Nochebuena: «Costará pero al final podremos con ello». Promesa incumplida, no se lo tendré en cuenta.
Si la vida abre distancias, la muerte nos iguala. Por eso mi pensamiento salta sin vértigos clasistas de un homenaje a otro: la humilde carrera popular de Pepi Plaza, las flores bajo la estatua del doctor Ramón Gómez Ferrer, la avenida que Valencia dedicará al profesor Manuel Broseta... Sospecho que con las buenas personas funciona también la tercera ley de Newton, ejercen una fuerza de igual magnitud pero en sentido contrario a la de la gente tóxica, neutralizando su mala baba y proporcionándonos equilibrio. Mujer de acusada religiosidad, acepto pensar en Pepi como un ángel a cambio de que el jefe, tan duro siempre con ella, le asigne una suerte de ministerio de asuntos mundanos. Para que no pliegue sus alas de madraza y de tanto en tanto nos eche unas carreras. Es un martes raro, martes de alto el fuego, martes de nostalgia.
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