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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
Tierra quemada
Rosebud

Tierra quemada

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 28 de marzo 2023, 00:02

Por más que las orillas se distancien, aún hay algo capaz de cohesionarnos, en todo tiempo y en todo lugar: la desgracia compartida, esa piedra filosofal que alienta treguas y esculpe liderazgos. Si nos retrotraemos a la madre de todas las tragedias, el 11-S, ... encontramos un excelente ejemplo en Rudolph Giuliani. Alcalde de Nueva York en un momento crítico, su ciudad arrasada por el terror, Rudy emergió como emblema del mundo civilizado para convertirse en héroe americano, persona del año de la revista 'Time' y hasta caballero del imperio británico. Luego lo estropearía como mayordomo de Donald Trump, pero esa ya es otra historia. A escala doméstica, también Ximo Puig sabe lo que es agigantarse en la adversidad. Aupado por una carambola sin parangón en todo el metraje de 'El buscavidas', presidente con el peor resultado electoral del PSPV en unas autonómicas, el exalcalde de Morella exhibió insipidez hasta que el Covid talló en él un líder. Para ello no requirió más que encaramarlo a la cofa de nuestro barco a la deriva, donde desempeñó diligente el rol de vigía encargado de avistar tierra, todos atentos a cada gesto suyo, a cada comparecencia, al maremágnum de fases y restricciones... Y como la historia le donó ese papel agradecido y él supo aprovecharlo, se solidificó, apuntalada además su lógica por las veleidades del hermano Sánchez en Madrid. El candidato Puig aspira ahora a un tercer mandato tras ocho años de juegos malabares con nacionalistas y antisistema. Incluso ahí tuvo fortuna. En el circo del Botánico él ha sido el clown, el payaso serio, único capaz de articular una palabra sensata. Cada estridencia de Compromís o Podemos le prolongó unos píxeles más la barra de energía, y eso le ha ayudado a zurcir los muchos tomates de su gestión. Ahora la historia se repite, el destino interpone otra desgracia en su camino, aunque barrunto que esta vez será para Puig más lastre que trampolín político. El primaveral incendio de Castellón refresca la memoria en un momento incómodo, tan cerca del 28-M. Calculemos: ocho meses, seis desastres, 38.000 hectáreas calcinadas, y entre medias una chapuza ferroviaria que pudo costar cincuenta vidas. No tergiversa la oposición, son números, y si en 2015 los creímos para convertir en victoria su derrota electoral, al menos ahora habrá que escucharlos. ¿Es justo señalar a Puig por los estragos de un rayo o la chispa de una desbrozadora? ¿Merece cargar con las negligencias de un área que gestiona Compromís, verde que te quiero verde, socio al que lo mismo se le mueren los burros que nos deforesta la Comunitat? Él es el presidente, y si no depura responsabilidades procede jugar la carta mayor. Claro que Puig no ha prendido fuego al bosque, ya contábamos con ello, pero tampoco nos basta con que lo apague. Para eso están los bomberos. Su misión era mantenerlo limpio. Le valía con escuchar: a los alcaldes de la nueva zona cero que llevan años denunciando. O con leer: cualquiera entre el centenar largo de asesores del Consell, el demoledor informe de WWF donde consta que sólo en una décima parte de nuestra montaña se realizan tareas de prevención. O con pisar el terreno: salir de la ciudad y pasear los domingos al perro por ese polvorín llamado monte. Ya me veo que al final la culpa será del pobre Pancho.

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