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Tus padres no te olvidan

Antonio Badillo

Valencia

Lunes, 1 de mayo 2023, 23:50

No se me ocurre razón más noble para reventar el sistema. Vera, ojos tímidos que se apresura a desmentir la sonrisa traviesa, había de cumplir seis años el pasado abril, pero su vida varó en el cuatro. Nadie, y menos aún un niño, debería morir ... en la víspera de Reyes. Nadie debería morir en una atracción de feria parida para encender ilusiones. Nadie debería morir sin haber tenido tiempo para vivir. Nadie que por acción u omisión favoreciera tamaña atrocidad debería quedar impune. Paro de escribir y me dirijo a la habitación contigua. Es ya tarde. Dos metros de silencio. Entreabro la puerta y la miro, su cuerpo rendido a la fatiga, el pecho en un sube y baja uniforme al compás de cada bocanada de aire. Siento sosiego hasta que al instante pienso en ellos. No hay en el mundo capacidad de abstracción suficiente para masticar su dolor, pero rebuscando sensaciones en lo más íntimo puedes llegar a aproximarte a esa nada que deja la pérdida de un hijo. Cuentan los padres de Vera, la niña asesinada por un castillo hinchable, que lanzan besos a fotografías. Y que inundan de lágrimas la urna donde descansa. Vuelvo tras mis pasos y retomo la escritura. Siento hervir la bilis, su tristeza atascada en mi garganta, y una y otra me arrastran al punto de partida, a considerar el deseo de reventar el sistema como la expresión máxima de la dignidad. Desposeídos de todo por una negligencia de autores invisibles, ¿qué otro camino les queda? De tanto en tanto prenden impotentes nuestras conciencias con una carta, enviada hoy a este medio, mañana a aquel, pero más pronto que tarde ahogará la llama cualquier otra noticia, la patochada electoral de turno o la pegajosa rutina de la cotidianidad, y la tristeza se quedará toda para ellos, patrimonio exclusivo de sus corazones yertos, apenas envuelta por nuestro silencio cómplice. En el imposible ejercicio de ponerme en su lugar, vaya si los entiendo. Los padres de Vera, imagino que también los de Cayetana, siameses sus destinos, necesitan ganarse el derecho a respirar, y eso pasa por romper los grilletes forjados con evasivas, burocracia, pausas que todo lo congelan salvo el desgarro por la pérdida más irreparable. Su abandono es inaceptable. Hay situaciones excepcionales en las que las instituciones, necesariamente sensibles, celosas del cumplimiento de la ley y más todavía cuando una tragedia infantil horada la epidermis emocional para destruirnos por dentro, deben adelantar por la derecha. No digamos si encima su implicación en el caso está en plena línea de fuego, como ocurre con el Ayuntamiento de Mislata. Transcurridos 483 días desde que sus vidas perdieron todo el sentido, dos familias, para siempre una silla vacía a la hora de comer, siguen atrapadas en una maraña de declaraciones autoexculpatorias, de interrogantes sin cerrar que preguntan por medidas de seguridad y cualificaciones profesionales o evalúan el grado de despreocupación municipal ante una atracción que se reveló peligrosa sin que nadie lo detectara a tiempo. Torturadas por esa gota china que van dejando caer los recovecos legales, el ralentí de la investigación, las diligencias parsimoniosas o los relevos judiciales. Obligadas, padres y madres hasta el final, a velar por sus hijas; y en ausencia de estas, por su memoria. A gritar basta. A reventar el sistema.

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