Alguien dijo maratón en Valencia y debí de entenderlo mal, porque allá que me planté el sábado en los Kinépolis con mi hijo para inocularnos las tres entregas de 'El señor de los anillos' en versión extendida y sin epidural. En mi lista de planazos ... de fin de semana aquello habría quedado fuera de concurso: doce horas de encierro, 60 euracos del ala a cambio de ver lo ya tantas veces visto... No necesito lenguas élficas para saber que por más gusto que le eches la sarna al final siempre pica, pero toda razón declinaba ante la fuerza más poderosa: el muchacho quería disfrutar otra vez como un enano en las minas de Moria y le bastó con presionar el botón rojo de mi paternidad, desplegable de sol a sol, pues la broma despertó con el gallo y terminó al arrullo de la lechuza.
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«El mundo ha cambiado, lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire» (Galadriel). Henchido de heroicidad, fue de vuelta a casa, hasta las gónadas de Sauron y su perrera con la dichosa sortija, cuando me abordó la duda. No es lo mismo comprar el cariño que ganárselo. Mi padre jamás se habría pegado tal paliza por mí y sin embargo merece cada uno de los centímetro de su pedestal. ¿No estaremos olvidando la esencia de la educación a cambio de acumular medallas que a la postre valen lo mismo que aquellas del Màgic Andreu?
«Apártate de los problemas y los problemas se apartarán de ti» (oído en la taberna del Dragón Verde). Pedimos las familias sacar el móvil de clase y razón no nos falta, pero ¿es responsabilidad de los poderes públicos despojar a los hijos del teléfono que nosotros les metemos en el bolsillo? Caminamos entre añicos de cristal, tan inseguros en la toma de decisiones incómodas que pedimos a gritos una suplantación.
«No conozco a la mitad de vosotros la mitad de lo que desearía, y lo que deseo es menos de la mitad de lo que la mitad merecéis» (Bilbo Bolsón). No es por ir de acusica, que si malcriar fuera delito ya me habría caído la permanente revisable, pero piensa a cuántos de estos padres has tratado. Los que se apoyan en tutoriales de Youtube para memorizar la lección antes que sus hijos. Los que por no poner límites guardan cola de madrugada dentro del coche frente a discotecas. Los que abandonan su cama para que el crío caliente la de mamá, y ahí sigue el chavalote cuando ya tiene carrocería y años para rivalizar con Edipo. Los que quieren ser amigos de su prole, sin saber que matar al padre es el último peaje del proceso de maduración. Los que acosan a profesores, a mi chico no me lo oprima, o violentan torneos deportivos, que mi chico va para estrella porque lo digo yo. Los que amasan regalos navideños ya en septiembre, los que someten decisiones adultas al veredicto de su tribunal infantil y sí, también los que compran smartphones antes de que resulte necesario.
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«Por culpa de los hombres el anillo aún pervive» (Elrond). Pregunta al espejo por qué tu hijo tiene un móvil en clase. Ya estamos creciditos para acusar a los Reyes Magos. Igual es que, como Frodo y Samsagaz en el Monte del Destino, los padres de hoy somos pequeños seres embarcados en una misión que nos viene grande. Galadriel lo advirtió: «Pronto llegaría el momento en que los hobbits tendrían en sus manos el destino de todos». Lástima que educar no sea tan fácil como ir al cine.
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