Decía Trotsky que «todo Estado está fundado en la violencia», de lo contrario reinaría la anarquía. Debió tomarlo de Robespierre. Los mismos inicios del Estado ... son la propia violencia, no un «contrato social» al modo Rousseau; y no faltan intelectuales, en especial anarquistas a izquierdas y derechas, que comparten la afirmación. Mientras el ser humano sea como es, o sea siempre, la violencia estará presente en nuestras vidas. Por verle algo positivo, supongo que es de esas cosas que nos permiten diferenciar el bien del mal. Pero dicho esto que en la teoría queda muy bien, en la práctica resulta espantoso.
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Obviando estupideces como la propuesta de Trump para Gaza, desde su entrada en la esfera europea a uña de caballo esto es un sinvivir. La criminal invasión de Ucrania, a menudo olvidada, por el tirano ruso confirma, de seguir así, que el uso de la violencia sale rentable demasiadas veces. Es lo que va a ocurrir en el país del Dniéper con el apoyo americano interesado (vomitivo tras lo del viernes en Washington) y la inoperancia de Europa, que sigue a por uvas, quizás lo único en lo que tiene razón Donald. El desbocado presidente lo pagará en dos años con las elecciones parciales a las Cámaras, pero el daño ya estará hecho. Y las sempiternas ansias imperialistas putinescas se verán medianamente colmadas. Medianamente, porque esto se repetirá. La historia tiene antecedentes abrumadores como el 'appeasement' practicado por las democracias europeas ante las invasiones del III Reich en Austria y los Sudetes checos. Para Hitler fue la muestra de que la fuerza le salía bien. Y entonces llegó la invasión de 'su mitad' de Polonia (la otra mitad la invadió la URSS), y con ella la Guerra Mundial. Quiero pensar que esta vez no, pero no lo tengo claro.
Europa deberá espabilar de inmediato, ponerse a hacer política de verdad y dejarse de bobadas, pesadas burocracias y legislaciones melifluas, motivos del crecimiento de los partidos extremos, por cierto. Tendrá que gastarse el dinero ¿ahorrado? durante décadas a cuenta del americano que cubría sus espaldas, y rearmarse poniendo muchos millones sobre la mesa. Se acabó lo que se daba. Y España como de costumbre el socio más informal de la OTAN, nuestro mayor seguro de paz. Por si no teníamos bastante con los sobresaltos que diariamente nos brinda el nefando gobierno Sánchez en lo tocante a irregularidades, ahora sale uno (otro) en el tablero internacional allende los mares. Nuestro mesiánico 'presi' se propone como la némesis del mesiánico Trump. Tal para cual. Mientras, la violencia verbal (amenazas, insultos, crispación) nos agobia a diario gracias al gobierno nefando ayudado por los 'sparafucile' de turno que hacen su parte, como el periodista Máximo Pradera llamando 'orangutana' a Ayuso. Otros la llaman 'asesina'. Como a Mazón. Qué cosa tan noble.
También en esto la historia, 'magistra vitae', nos nutre de ejemplos. Recuerda, por ejemplo, el profesor Villa García, durante la III República francesa, el protofascista Charles Maurras llamaba al presidente Blum (socialista) «traidor que merecía ser fusilado por la espalda o apuñalado con un cuchillo de cocina». Otra lindeza. Nada parecido se oyó aquí a Calvo Sotelo o Goicoechea; pero sí a la Ibárruri o a Ángel Galarza, lo que demuestra que en estas cosas no hay colores. Ni épocas.
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Y en fin, a ETA la violencia también le ha salido rentable. Su estrategia revolucionaria y criminal de adscripción marxista, que durante el franquismo tuvo cierto placet de la oposición al régimen, le ha facilitado el acceso al Congreso, la muestra más próxima del beneficio de la violencia para osados y desalmados. Solo hizo falta un desaprensivo al timón español. La propaganda-relato hace el resto. Como dijo el peneuvista y Ministro republicano, Manuel Irujo (1962), aquello era un cáncer, «que, si no lo extirpamos, alcanzará todo nuestro cuerpo político». Cómo han cambiado las cosas. No olvidemos que ETA nació en el clerical PNV. La prensa proetarra, Irrintzi (Caracas), hablaba de «uno de los pueblos más virilmente católicos del mundo» luchando por su independencia. Sus asesinatos provocaron el exilio de 200.000 vascos, otra forma de genocidio (etnocidio, diría Martin Shaw). Hoy Bildu-ETA roza la hegemonía en Vascongadas y manda en el Estado al que aterrorizó. La estrategia funcionó.
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