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Ser animal

Ya lo dijo Schopenhauer: «Quien es cruel con los animales no puede ser buena persona». Ponga en su vida uno de ellos

Arturo Checa

Valencia

Sábado, 18 de enero 2025, 23:30

Yo siempre he sido un poco animal. En todos los sentidos de la palabra. En lo pueblerino, en lo vital o en lo entusiasta. Que ... todo ello también son cualidades creo que muy animales. Seguro que también en otras cosas. Y hasta burro, pero eso ya que me lo digan mis enemigos. Pero sobre todo me considero animal en lo que se refiere precisamente al amor por los animales. No puedo estar más de acuerdo con la frase atribuida a mi tocayo Arthur Schopenhauer: «Quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona». No digo que yo lo sea, Dios me libre de echarme yo cumplidos. Sólo que yo encerraría de por vida a los que someten a los animales a un sinfín de atrocidades. Gente sin alma. En la semana en la que se ha celebrado San Antón, me he dado cuenta de que mi vida siempre ha girado en torno a ellos. O mejor dicho, siempre con ellos cerca. Ahora mismo con 'Rayo' por casa, un frenético, vivo, incansable y agotador Jack Russell, que este viernes abría muchos sus pequeños ojos negros mientras el pequeño de la casa le estiraba de las orejas mientras le decía con voz cantarina 'feliiiiz santooo'. Ya de pequeño en casa de mis padres aparecieron 'Napo' y otro periquito cuyo nombre ahora mismo no recuerdo. Volaban sueltos por mi habitación. Con la puerta siempre abierta para que salieran cuando quisieran. Se posaban en mi hombro mientras estudiaba. Comían alpiste que me ponía en la boca. Correteaban sobre la mesa de estudio tratando de picar mi boli mientras escribía los deberes. Hoy sigue otro periquito en mi vida. 'Limoncito'. En realidad es 'Limoncita', pero como aquello de saber el sexo de estos pájaros es tan complicado, cuando supimos que en realidad era una pajarilla, no le cambiamos ya el nombre para no crearle un trauma existencial. Y sobre todo porque vaya usted a saber si los animalistas (no confundir con los amantes de los animales) hubieran acabado denunciándonos por maltrato, que con la ley de hoy en día todo es posible. También de crío, allá en Piqueras, fue la época de 'Rubi'. Una mezcla de sabueso y pointer. Un maestro inigualable de la caza. En mi vida he visto a un perro perseguir más kilómetros a una liebre por los montes de la Mancha. Siguiendo su rastro desde la cama hasta que volvía a la escopeta de su amo. Latiendo sin parar durante toda la persecución. Con una lengua que le llegaba al suelo, como si sonriera, cuando acababa con la presa cobrada. Y un 'campeón' también en el pueblo. En aquellos años en que perros y perras campaban sueltos, 'Rubi' tenía casi un hijo en cada esquina. Una de ellas era 'Nela', quien habitó en la casa de mis padres en Valencia. Jamás vi unos ojos color miel que desprendieran más fidelidad y ternura. Otra mítica cazadora. Luego llegó 'Nuca', rescatada de un solar vallado de un pueblo de Cuenca, sucia como una pocilga y devorada por pulgas y garrapatas. Mientras vivimos en Paiporta (ay, Paiporta), fue el turno de 'Maya', una braco quijotesca también rescatada por un amigo de una obra de Pego. Llegó hecha un saco de huesos y de miedo, seguro que fruto de los maltratos que recibió de algún desalmado. Pero buena hasta la médula. ¡Cuántas carreras con ella por el hoy maldito barranco del Poyo! Y junto a 'Rayo' está hoy su 'primo' 'Thor', en casa de mis padres y adoptado en la protectora de Modepran. De ojos que parecen pintados de negro, un 'mil leches' (como se llama a los mestizos), un eterno cachorro en un cuerpo de perrazo. Poner un animal en tu vida no sé si te hace ser mejor persona, pero desde luego te hace la existencia mucho más feliz.

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