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Hay mucha gente que ve exagerada aquella frase de «los perros son mejores que muchas personas». Digo los perros porque es el animal doméstico que ... más conozco y creo que el que posee un mayor nivel de inteligencia y conexión con los seres que le rodean. Yo creo que la frase se queda hasta corta. Y tan acertada como aquella otra que te invita a medir la bondad de una persona en virtud al cariño y afinidad que tiene hacia los animales. O hacia los niños. No creo que pueda haber maldad en alguien que es incapaz de resistirse al gesto de estirar la mano al paso de un perro por la calle, o que cuando un bebé le mira con los ojos abiertos como platos en la cola del súper o en el autobús, irremediablemente empieza a hacerle guiños o a poner caras tontas para lograr arrancar una sonrisa del pequeño.

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El otro día viví en mis carnes lo real que es aquello del sexto sentido de los perros. O más bien en las carnes de mi Jack Russell 'Rayo'. Mi mujer y yo estábamos en el hospital por un percance que afortunadamente no fue a mayores. Pero nos tiramos más de seis horas entre pruebas, observación, espera de resultados y demás. En casa, mis hijos y el perro. Mis nanos sí sabían obviamente que estábamos en una urgencia médica y conocían al completo todo lo que estaba pasando. Pero 'Rayo', ni idea. Porque por mucho que digan que hay perros que entienden el lenguaje humano, eso sin duda sí me parece exagerado. Captan cadencias, tonos de alegría, riña o nervios, y quizás encadenen determinadas frases con el significado. 'Rayo' por ejemplo entiende a la perfección 'a dormir'. Es oír simplemente las dos palabras y girar sobre si mismo para encaminarse a su cama. Lo mismo que 'pelota', 'vamos a la calle' o '¡no!' (las broncas siempre son inconfundibles). Pero mi Jack Russell no tenía ni idea de que estábamos en el hospital. Y sin embargo, a media tarde, un vídeo que me mandó mi hijo pequeño me dejó boquiabierto. En la imagen aparece 'Rayo' tumbado en el suelo del comedor, con el morro hacia el techo, y lanzando de manera encadenada hasta media docena de aullidos de lástima, desamparo y pena. Dicen que es el lenguaje que usan los lobos cuando llaman a otros miembros de la manada. Cuando no saben dónde están, como una sirena en busca de respuesta. O para expresar su dolor ante la ausencia, o para transmitir cercanía cuando algún otro integrante del grupo aúlla a lo lejos. De hecho 'Rayo' lo había hecho alguna vez cuando paseando por la calle oye a algún otro perro lanzando aullidos en un balcón. La mayoría de las veces dejado ahí solo, horas y horas, por algún desalmado. Pero nunca en la situación de la otra tarde. Él sabía que algo pasaba, que alguna cosa no estaba bien. Que si la mitad de sus amos faltaban es que algo se había torcido. Y eran aullidos no sólo de 'no estáis aquí'. Eran aullidos de 'ay, qué pena que lo paséis mal'. Y también de 'allá donde estéis, que os llegue mi mensaje: os quiero, os espero y estoy con vosotros'.

Lo que aquí cuento puede sonar ñoño, tonto, infantil e inocente. Seguro que lo es para los que no tienen animales. Sobre todo para los que no tienen perros. No trataré de convencerles. Sólo mirando a los ojos de 'Rayo', cómo me observa fijamente ahora mientras acabo esta columna, aguardando paciente salir de paseo, se puede entender su nivel de amor, fidelidad y entrega. Lo resume una frase que dicen que le soltó una vez un perro a su amo: «¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que tú piensas que me quieres, y yo te quiero sin pensar».

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