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Ocurrió este verano. En un pueblo de algo más de 1.000 habitantes cuyo nombre no voy a citar. Tampoco tiene ninguna culpa el municipio ... en lo que aquí relato. El responsable es el Gobierno central que permite que la España vaciada siga agonizando. Una localidad de Cuenca y con un alcalde que es diputado en el Congreso. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Quiero decir, que no es un pueblo cualquiera, no es precisamente pequeño, y con cierta ascendencia en la capital. Da igual. Las carencias de la España vaciada se extienden como las áridas tierras de Mordor. Y hay una tremenda realidad, frente a los discursos vacíos, buenistas e ilusos de los que te dicen '¡vuelve al pueblo, deja la ciudad, regresa a tus orígenes!'. ¿A qué? ¿A que te pique una avispa y te mueras por una reacción alérgica por falta de respuesta médica debida en 100 kilómetros a la redonda? Porque eso es lo que pasa, sí. En la España vaciada tienes un choque anafiláctico por picadura de un insecto o una serpiente; sufres una reacción como consecuencia de una intolerancia alimentaria; o la vacuna de la alergia te da rechazo y entras en crisis; y sí, señores lectores: tu vida corre peligro.
Y les voy a demostrar que es así. Como les decía, lo que aquí narro pasó este verano. Y les puede pasar a los miles de valencianos que cada estío viajan a sus pueblos o a las cientos de miles de personas que residen en la olvidada España interior. Un chaval de 14 años que pasa las vacaciones en Piqueras del Castillo viaja desde Valencia con su vacuna de la alergia al polen y a los ácaros en su neverita portátil. Con el informe del alergólogo que indica la necesidad de inyectarse cada mes. Y con la pauta de cada pinchazo. La dosis antes del verano se la ponen como siempre en el ambulatorio de Nou Moles. Allí son rotundos: sí, sí, sin problema, cuando esté en el pueblo, con llamar al centro de salud más cercano, le ponen la vacuna y arreglado. Así que eso hace su familia. Confiar. Por si acaso acuden antes del día fijado para la dosis a preguntar al centro de salud. «Sin problema, el día que le toque llamáis y se la ponemos», afirma la encargada de atender a los pacientes en el mostrador.
Pero nada de eso. El día señalado, la médico y la enfermera del ambulatorio se niegan a poner la vacuna al chaval de 14 años. Alegan que existe un protocolo que impide hacerlo, porque en caso de shock anafiláctico (reacción extrema a la vacuna) no poseen medios para combatirla. La ambulancia vital más cercana estaría a más de una hora de distancia. Sin solución en 100 kilómetros a la redonda. «Hay gente que se ha muerto por eso», aseguró la doctora. Y lo mismo puede pasar si te pica una avispa y resulta que tienes una severa intolerancia a su veneno. O si de repente descubres que eres alérgico a los cacahuetes o avellanas y te da en el pueblo y en mitad de la nada. O si te muerde una víbora por el campo o un escorpión. Ni Dios te ampara entonces, como se dice por aquellas tierras. Así que a Cuenca tuvo que viajar el chaval a ponerse la vacuna. A casi 100 kilómetros de distancia. Como les pasa a miles de personas en esas latitudes. Así de terrible es el abandono que sufre la España vaciada. No vacía, vaciada, a fuerza del olvido de nuestros gobernantes, de la ausencia absoluta de inversiones, del descaro con el que se ponen la chapita en el pecho contra la despoblación pero son incapaces de evitar algo tan vital como impedir que una avispa te pueda matar en esas tierras dejadas de la mano de Sánchez.
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