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La vida de los padres de hoy en día es eso que pasa entre cumpleaños infantil al que van con sus hijos y cumpleaños infantil ... al que van con sus hijos». La frase ha circulado por vericuetos virtuales y pitorreantes grupos de whatsapp. La más cruda realidad. Lo de las fiestas, 'amigosparatodalavida' y actividades extraescolares de nuestros tiernos hijos se nos está yendo de las manos. Bueno, realmente hace mucho que se nos ha ido. Yo, entre mis brumosos recuerdos, no tengo constancia de haber asistido, ni de haber celebrado, un cumpleaños antes de lo que antaño era cuarto o quinto de EGB, es decir, a los nueve o diez años. Hoy ya en la tierna guardería se celebran fiestas entre los 'amigosparatodalavida' con globos y mil y una parafernalias lúdicas. Fijo que en algún sitio se celebran cumpleaños de bebés con biberones de gominola líquida y en los que los padres hasta se encargan de reír por sus retoños.
Los primeros cumpleaños que yo recuerdo eran con seis o siete amigos, no muchos más, con gusanitos, Fanta, papas y bocatas en el salón de casa de mis padres, nada que ver con las fiestas de bolas para 50 invitados o excursiones al cine o incluso ¡carreras de karts! (lo juro) que se estilan hoy en día. Insistimos e insistimos en acelerar la madurez de nuestros hijos, en extender y extender sus lazos sociales a unas edades en las que casi todo debiera dejarse a la inocente improvisación. Ser niños, sin agendas sociales, sin estrés extraescolar. Con tiempo para aburrirse. De mis 'amigosparatodalavida' de la guardería, hoy ni rastro. A los que conservo del colegio los elegí yo, con la química del paso de los años. Ni entre bolas, ni a la sombra de los padres ni fruto de masivas celebraciones. Proyectamos demasiado en los niños nuestros sueños, aspiraciones y anhelos sociales. Luego se preguntarán: «¿Fuimos niños?».
A mis hijos ya se les va pasando la edad de organizarles cumpleaños. Cada uno suma ya más años que los dedos de mis manos y creo que puedo afirmar sin equivocarme que me sobran los de una mano para contar los cumpleaños montados de ese estilo. Llámenme antisocial, pero es que no lo veo, no lo veo... Insistimos sin cesar en ocio prefabricado para nuestros retoños. Estos días de Semana Santa los míos corren libres por Piqueras del Castillo. O Villaolmos del Frenillo, como lo llama de cachondeo mi camarada Badillo, ahíto de que narre mis batallitas pueblerinas. Pues ahí va otra. El otro día en el bar los paisanos jugaban al dominó. Recordamos los amigos lo poco que se juega hoy ante una mesa. Y me vino a mi mente un fragmento de mi ocio infantil. De noche, en casa de la abuela Felicitas. Al calor de la estufa de leña. Ella salía de la alacena con su tapete, su baraja y su monederete lleno de monedas. Por allí andaban la abuela Marciana, la tía Marcelina, la vecina Cristeta, mi madre Edelia... Se armaba la brisca. Y venga a barajar durante horas, con la carta de muestra en el centro, anhelando que te saliera un rey o el as de oros. Entre risas y mientras se iban acumulando al frente de cada jugador montañitas de pesetas. Con exclamaciones cuando alguien sacaba la 'gorda' de cinco duros. Era barato. Era sencillo. Era natural. Cuando aún las pantallas no reinaban. Hoy los juegos de mesa duermen aburridos en los armarios. Con más cartas, menos cumpleaños con biberón con 'amigosparatodalavida' y más niños que son eso, niños, se hacen adultos más radiantes mañana. Sin tanto artificio. Felices, como canta Melendi, de ir «caminando por la vida, sin pausa pero sin prisa».
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