Urgente Suspendida por la lluvia la corrida con Talavante, Ortega y Tomás Rufo

El otro día de cervezas con amigos salió a relu- cir una batallita de pro- fesión. Empecé a relatar lo que sucedió hace casi una ... dé- cada. Era una noche de di- ciembre de 2014. Tenía una cena de colegas. La típica que- dada que empieza con un pi- coteo en un bar, sigue con unos chupitos, amenaza con hacerse eterna con el comen- tario «vamos a tomar una por ahí y luego nos vamos», se prolonga acodados en una ba- rra con unos gins de por me- dio y acaba incluso desayu- nando en alguno de esos ba- res tildados 'de los borrachos' que hoy se han esfumado en- tre franquicias, panes preco- cinados y negocio fácil. Bue- no, pues a altas horas de esa noche me llegó una informa- ción: el anestesista Juan Mae- so iba a ingresar al día si- guiente (mejor unas horas después) en la cárcel. Estaba ya dictado el auto que le obli- gaba a hacerlo en aplicación de la prisión provisional por su riesgo de fuga. Rondarían las cinco de la mañana. Y no lo pensé. Había que ir. No estaba claro si el anestesista luego condenado a casi 2.000 años de cárcel por contagiar la he- patitis C a 275 pacientes en hospitales valencianos iba a elegir la prisión de Picassent u otra. Podía cumplir el manda- to judicial en cualquier esta- blecimiento penitenciario de España. Daba igual. Había que intentarlo. Le mandé un men- saje al jefe de Fotografía del periódico. Me fui a casa, para darme una ducha y tomarme un café. Y a Picassent. Se unieron a mí otros dos com- pañeros de medios valencia- nos que habían recibido una información similar. Y cuando apenas estaba amaneciendo nos plantamos en las puertas de la cárcel.

Publicidad

No sé si han estado en Pi- cassent. Espero que la res- puesta de la mayoría sea que no. No es un sitio agradable, ni para ir ni para visitar. Mejor no conocerlo. Pero la entrada de la prisión no es un prodigio de hospitalidad. No hay ban- cos, ni zonas con sombra, ni siquiera una cafetería (si la hay dentro del recinto) en la que matar las horas con café. Es un trozo de desvío de la ca- rretera principal con una gran verja de acceso custodiada por la Guardia Civil. Allí había ya algunos compañeros con cámaras de televisión. Y echa- mos cuerpo a tierra. Nos sen- tamos con la espalda apoyada en un muro, casi en el arcén de la carretera, y a aguardar que la noticia se produjera. Cada coche que llegaba era una expectativa. A cada perso- na que caminaba hacia la cár- cel, pregunta al canto. Algún que otro viaje a la cafetería, autorizada por los guardias ci- viles, para conseguir café. Abrigados porque el frío aún apretaba en diciembre, pero al mismo tiempo bajo un sol bastante ostentoso. Allí estu- vimos creo recordar que unas seis horas. Parecen pocas pero se hacen largas. Hasta que corrió la noticia de que Maeso había ingresado en la cárcel de Aranjuez. Risas. La- mentos. Caras de '¿somos ton- tos?'. Y de vuelta a la redac- ción. A seguir trabajando. O a empezar, más bien...

¿La moraleja de esta histo- ria? Que guardo aquel recuer- do con cariño. Con ilusión. Con nostalgia. Feliz por que lo di todo aunque fuera por nada. Que me apasioné por el simple hecho de estar en un momento histórico. Aunque luego no llegara. El camino y no el destino es lo que cuenta. Y me da rabia porque cada vez más en la vida, en el trabajo, a mi alrededor, veo vidas su- mergidas en el lamento, en el pesimismo, en el hastío, en la falta de ganas de vivir. En la queja por todo. Claro que te puedes quejar por estar horas tirado al sol en el asfalto junto a una cárcel. Yo volvería a vi- virlo. Y a brindar recordándo- lo. Elijan: vivir o sufrir.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 12 meses por 12€

Publicidad