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Miguel es camionero, medio primo y sobre todo un amigo de Piqueras del Castillo con un corazón enorme. Pero con un genio no menos grande. ... El viernes por la noche me llamó descompuesto. Indignado. Enfadado. Desde la cabina del camión en el que quedó atrapado en la trampa de 30 kilómetros de atasco del bypass al combinarse el accidente de otro vehículo pesado, la salida de los aficionados del circuito de Cheste y la habitual llegada de madrileños para pasar el fin de semana en la 'terreta'. Llevaba casi dos horas al volante y apenas había conseguido avanzar un puñado de kilómetros. Criticaba la falta de previsión de Tráfico para ordenar la avalancha de vehículos. Y miraba el reloj con desespero. El tacómetro caminaba veloz hacia las cuatro horas máximas de circulación que puede afrontar seguidas un chófer. A mi móvil llegaron varias de las fotos que me mandaba mostrando la suerte que ya corrían algunos de sus compañeros. Se había cumplido su límite de conducción y el arcén se llenaba ya de camiones que no podían moverse hasta transcurrido un tiempo. Vehículos cuyos ocupantes afrontaban ya el trago de pasar la noche varados en una autovía. «Tirados como perros», como subrayaba Miguel muy indignado. Muchos incumpliendo el compromiso de entrega en hora. No pocos autónomos que ello les supondría cobrar menos o que a la próxima no les contrataran para llevar a cabo el porte.
Miguel aprovechó la conversación para desahogarse. Me contaba como estaba próximo a cumplir 50 años. Como acababa de dejar de ser autónomo para pasar a ser asalariado con la empresa de otro amigo del pueblo (tambièn primo, que allí lo somos casi todos). Sus desvelos para labrarse una jubilación el día de mañana y poder disfrutar de un merecido descanso. Desde fuera siempre vemos las profesiones de manera idílica. Yo siempre he pensado que me encantaría ser camionero. Adoro conducir, viajar, oír música mientras voy por la carretera... Pero del dicho al hecho... Imagino lo que será estar días y días sin ver a la familia. Lo que es quedarse atascado durante horas sobre el asfalto. La sensación de ir a paso de tortuga cuando las cuestas se empinan y el camión no da más. La incertidumbre de saber cuándo sale uno de su punto de origen pero no cómo y cuándo llegará a su destino.
Cuando uno abre la nevera y saca la leche o la cerveza vespertina. Cuando acude a la frutería y ve toda la gama de colores de la suculenta oferta hortofrutícola. Cuando uno se compra ropa nueva, estrena el último modelo de auriculares, lava a su mascota con el champú recién comprado o se alivia al comprobar como las medicinas hacen menguar la fiebre del pequeño de la casa. Cuando uno hace todo eso debería saber que es gracias a camioneros como Miguel. Que muchas de las cosas que damos por hechas y naturales en nuestro hogar y vida, lo son gracias a los desvelos y sacrificios de los camioneros. Esos mismos a los que pitamos e insultamos porque cometen la osadía de adelantar a otro camión y tenernos unos segundos esperando a que complete su maniobra. Esos a los que criticamos porque van por la autovía cuando hay mucho tráfico, «deberían dejarles en casa», nos decimos, para que nosotros vayamos a la piscinita de lujo o al hotelito de las narices. Así que piénsenlo un poco la próxima vez que toquen el claxon o se indignen con un camionero. Que el que les lleva la leche a casa, digo yo que se merece un respeto.
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