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En clase del pequeño de la casa (1º de la ESO) tocaba esta semana entrevistar a 'un mayor'. Como primera reflexión, me encanta como evoluciona ... con los años el término 'mayor'. De pequeño, el 'mayor' era casi sinónimo de pavor infantil. Esa especie de ser mitológico que poblaba en rincones del patio de Agustinos mientras los de EGB jugábamos en un campo de fútbol sala con fácilmente un centenar de chavales y cinco o seis balones a la vez, con los correspondientes partidos en liza simultánea. El 'terror' llegaba cuando la pelota iba hacia alguno de esos grupos de 'mayores', los de BUP, muchos enfundados en las clásicas chaquetas 'Bomber' verdosas y con las contundentes botas 'Martens' con punta de acero, prestas y ávidas para patear el esférico cuando se aproximaba a ellos, con el máximo reto de encalar la pelota en alguna de las fincas colindantes al colegio. Ahora la palabra 'mayor' respeto, admiración (a veces) ... y vejez (siempre). El caso es que mi hijo decidió elegirme a mí como 'mayor' entrevistado. La tarea para Lengua Castellana consistía en una grabación de una conversación y plasmar sobre el papel un perfil del personaje. Y fue curioso comprobar las reacciones del pequeño de la casa (13 años lo contemplan) con las muchas cosas que uno da por normal, mundano y cotidiano de su pasado y que a los chavales de ahora les parece casi cosa de ciencia ficción. Lo primero, las pesetas. La pregunta surgió al explicarle que un euro equivale a 166,386 de las antiguas pesetas. Y que la moneda más usual de mi infancia era la marrón y gordota de los 'veinte duros'. O lo que es lo mismo, de 100 pesetas. «¿Y cómo sabíais lo que valían las cosas? ¿Ibais calculando en euros?». La repregunta del entrevistador ya era bastante prueba de hasta qué punto le sorprendió que antes hubiera otra moneda. «¿Y si no había tarjetas cómo pagabais las cosas?». Fue el siguiente interrogatorio ante la realidad de que no existían (llegaron ya de adolescente/joven) tarjetas de crédito. Ni casi cajeros automáticos. Bueno, en eso es casi clavado el presente, fruto del inexorable y exagerado abandono de los bancos con sus clientes. Oír hablar de 'cartilla bancaria' como método de sacar dinero le sonó a mi hijo casi ya a la Prehistoria. «¿Ni siquiera podíais pagar con el móvil?». Cara de póker al saber que los teléfonos, enormes, sólo empezaron a llegar cuando yo ya estaba en la Universidad, como herramienta para hacer los primeros pinitos periodísticos siguiendo al CD Utiel por todos los campos valencianos de la Tercera División en las retransmisiones de Radio Encuentro. «¿Y hablar con los amigos?». Otra mueca de sorpresa ante las hoy ya desaparecidas cabinas telefónicas y el fijo de casa a casa (apenas algunos quedarán en los hogares de hoy) para preguntar al padre o madre «¿está Pepito?». Casi igual que la telaraña actual del Whatsapp o similares. O tocar al timbre de la puerta de la calle y decir aquello de «¿puede salir Manolito?». Y escuchar lo de «no, está castigado», o «no, tiene deberes». Casi igual que la permisividad y falta de disciplina (a veces negativa también por exceso) de hoy en día. Total, que la entrevista sirvió para cerciorarme que ya voy siendo viejo, que la tecnología de hoy en día es buena pero nos atonta y aboba muchas veces. Que perdemos cada vez más el cara a cara. Que de tanto facilitarnos, nos transforma en ineptos. Acabaremos como los gordos absortos de la película 'Wall-e', todo el día en sus sillones móviles, hipnotizados por una pantalla y con gomas para comer y hasta ir al baño, al ritmo de los chips. Más que 'al tiempo', mejor 'ya está aquí'.
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