Imagina ser un deportista de élite. Alguien acostumbrado a trabajar con su cuerpo. A tener la maquina siempre perfectamente engrasada. A que cada músculo y ... cada tendón respondan al instante. Imagina luego que algo empieza a ir mal en tu organismo. Que empiezas a notar debilidad en las manos. Que luego las piernas comienzan a agarrotarse. Que luego notas dificultades para tragar o que te trabas al hablar. Que con el paso del tiempo la pesadilla que está tomando tu cuerpo te imposibilita para trabajar. Que poco a poco tienes que ayudarte de muletas para caminar y que acabas anclado en una silla de ruedas. Devorado por el monstruo de la Esclerosis Lateral Amiotrófica. Incapaz de frenar los efectos de la temible ELA. Consciente de que el calendario ya ha puesto fecha más pronto que tarde a tu muerte.
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Imagina que a pesar de eso sigues siendo feliz. Que continúas saboreando los rincones positivos que tiene la vida. Siempre los hay, como en una habitación. Esquinas amargas y recovecos de luz. «Sin la ELA me habría perdido momentos felices que vivo ahora. Nunca imaginé que sería feliz en una silla de ruedas». Habla Juan Carlos Unzué. Sus palabras han brillado esta semana en una entrevista en el periódico ABC. Su mensaje optimista y su foto llenaron la portada de uno de los diarios más vendidos de España. Él representa ese caso que yo decía de imaginar. Real. Deportista de élite y portero de Primera División durante casi dos décadas. Campeón de la Copa del rey y de la Recopa. Luego, entrenador. Alguien con una vida sana, con un cuerpo perfectamente engrasado. Un organismo del que vivía y que ahora lo tiene a menudo postrado en una cama, necesitado de un respirador y moviéndose de acá para allá en una silla de ruedas. Desde que en 2020 le diagnosticaron ELA se ha convertido en la voz de estos enfermos. Del primero que denuncia que él es un privilegiado al tener dinero para sufragar una cara enfermedad que deja a la mayoría de pacientes abandonados, olvidados por papá Estado sin sufragar sus caros medicamentos y sin dotar a las residencias de las necesarias plazas adaptadas. Bien lo clama en las redes Jordi Sabaté, otro de los enfermos más conocidos de este cruel mal.
Pero el mensaje de Unzué es sobre todo luminoso y vale para todos los aspectos de la vida. «La ELA me va a matar un día, pero no me puede matar todos los días». Claridad hasta en la oscuridad más cerrada. «Nunca hubiese imaginado que podía ser feliz estando en una silla de ruedas, sin poder mover mi cuerpo. Y te puedo asegurar que tengo muchos momentos de felicidad y te diría incluso más. Creo que sin esta enfermedad me habría perdido momentos fantásticos de satisfacción, de sentimientos, de emociones que de otra manera nunca los hubiese tenido», aseguraba el exportero en ABC.
«Muchas veces relacionamos el éxito con conseguir algo material cuando se está bien. Y yo ahora no consigo nada material, consigo tener esas emociones que, como te decía, de otra manera no las hubiese podido vivir». Y es tan sencillo y tan difícil como eso. La felicidad es eso. No con lo que uno tiene, vive o pierde. Con lo que uno lleva dentro. Lo de 'la belleza está en el interior' yo creo que va un poco también por ahí. No en la guapura sino en el superpoder de ser feliz ante todo y por encima de cualquier cosa. Es la receta que proclama Juan Carlos Unzúe. Un superhéroe. Un superhombre. Un tótem vital para el día a día.
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