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El estado de la Comunitat

El gomero de Dani

De niño tenía pánico a sus pedradas. De mayor adoré sus reflexiones reposadas. Cuando llegue su adiós, nadie nos arrebatará al amigo. Los recuerdos jamás mueren

Arturo Checa

Valencia

Sábado, 1 de abril 2023, 23:19

Cuando yo era niño, había un 'mayor' en el pueblo que me daba pavor. En realidad era ese terror infantil que no responde a nada ... racional. Ni siquiera a la realidad. Ese niño era Dani. Más conocido como 'el monete'. El mote venía de una mezcla entre su complexión -delgada, fibrosa y espigada- y su condición de eterno monaguillo en las misas de Don Julio. Para mí toparme con Dani por Piqueras era sinónimo de canguelo. Inseparable de 'Liso', su hermano José Luis. 'Los Comi' (ya no recuerdo el origen de este mote) junto a su otro hermano, César. La pasión de la buena de Isabel, su madre. Dani y 'Liso' eran capaces de subir a los riscos del cerro de San Cristóbal en un santiamén. Dos magos de las cabañas, con latas de gasolina, chapas y cuerdas que combinaban para fabricar mecanismos con poleas y puertas que se abrían a distancia. Unos profesionales del gomero, que es como se llama al tirachinas en Piqueras del Castillo. Poseedores de una puntería legendaria (ya no sé cuánto de realidad y cuánto de mitología conquense). Artífices de un gomero de más de un metro de alto que instalaron en lo alto del cerro que se desliza a la entrada del pueblo y con el que lanzaban guijarros al paso de la pandilla de los 'pequeños' por la carretera. Los dos hermanos tienen unos años más que yo. Eran del grupo de 'los mayores'. Así que cuando andabas por los caminos del pueblo, por el Cerrillo de la Horca o por los Riscos de la Hocecilla, temías que los dos hermanos aparecieran para hacer gala de su puntería. «¡Son 'los Comi', son 'los Comi', corred!», era el grito con el que los 'pequeños' poníamos pies en polvorosa al divisarlos, cual gacelas asediadas por guepardos.

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Nunca pasó nada. Jamás hubo nada violento. El 'terror infantil' que antes comentaba. Como una especie de 'ley del mayor', marcando el territorio ante la chiquillería del pueblo. Con los años los dos grupos, 'mayores' y 'pequeños', nos juntamos. Y esa leyenda de niños se esfumó como una bruma. El poso de la amistad echó raíces. Descubrí al Dani inteligente. Al filósofo. Capaz de hablar y hablar durante horas. Ante botellines de cerveza yendo y viniendo en la plaza del pueblo. He conocido a pocas personas con más capacidad de diálogo. Con más conocimiento de temas tan dispares como las bitcoins, la política, la independencia de los medios, los hijos, las relaciones de amistad y sentimentales... Disfruté al Dani divertido. El que entonaba a todo pulmón el 'Santo, Santo es el señor' de vuelta de jarana en algún autobús. O el que se desgañitaba al pedir el '¡¡Balas blancas, balas blancas!!' del mítico Barricada a cada orquesta que llegara al pueblo. Aunque los músicos llevaran sólo un acordeón, un organillo y una harmónica y lo miraran con ojos atónitos. El niño del tirachinas dejó paso al gran amigo. Sensato y respetuoso. El pensador de la sonrisa con sorna. El tertuliano de los comentarios socarrones. «¿Sabes cuando no tienes ni un mal recuerdo de una persona, ni un mal rollo en mente, todo positivo?», dijo el otro día una buena amiga suya recordándolo. Y cuánto resume ese pensamiento. Cuántas mesas compartidas. Cuántas reflexiones reposadas.

Dani afronta la recta final de su vida. El puto cáncer. Cuando llegue su adiós, nadie nos arrebatará al amigo. Los recuerdos nunca se van. La muerte siempre acaba perdiendo. Aunque sea un consuelo pírrico. Seguiremos sonriendo al revivir la amenaza de su puntería. Al rememorar esa voz rasgada y mordaz. Al brindar con él y por él una y mil veces. El niño del gomero, el joven divertido de la ironía en vena, el hombre de la cordura, esos jamás se irán.

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