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El lunes por la noche, con la Ofrenda tocando a su fin, salí a dar un paseo por la Valencia fallera. Volví a salir otra ... noche por comisiones de barrio y aquellos sitios alejados del cogollo de la fiesta. Otros dos días de Fallas, con motivo de acudir a actos falleros o por compromisos, también callejee por Valencia. Hoy, una semana después y reposadas las sensaciones, me siento ante un folio en blanco para exponer mis reflexiones. La primera es que corremos el riesgo de que se 'sanferminicen' las Fallas. La celebración pamplonica siempre ha sido sinónimo de algo de exceso y desparrame en las calles. Con el vino empapando las camisetas blancas y un notable despiporre entre los asistentes. El lunes por la noche me emocioné al ver a la Virgen ya luciendo su manto casi por completo. El silencioso fervor en su plaza. El aroma a flores que todo lo impregna. Ese paisaje de postal que conforman la Basílica y la Catedral. Pero la emoción se tornó en indignación y sobrecogimiento cuando enfilé la calle Caballeros hacia el corazón del Carmen. La calle Caballeros, repito. No cualquier callejuela del centro o recoveco dado a excesos. Las aceras y la calzada estaban empapadas. «Qué diligentes los servicios de limpieza del Ayuntamiento que han baldeado a la una de la madrugada, oye...», pensé en un primer momento. Inocente de mí. Al empezar a pasear y notar el olor que desprendían las calles comprendí que aquello no era agua. Eran ríos de orines que lo llenaban todo. Mejor no describir el estado de las calles más pequeñas que cruzaban Caballeros. La callejuela que baja hacia la verbena de la plaza del Negrito era lo más parecido al Niágara, pero de orines. Lo de mearse en la calle en Fallas se ha ido de las manos. No sé si la culpa es de la escasez de urinarios portátiles (vi pocos y muchos inutilizados) o que el incivismo del personal alcanza ya cotas enormes. Lo cierto es que la gente no tiene ya vergüenza de mear en cualquier sitio. A la vista de quien sea y hasta mirándote mal si les echas un vistazo de reprobación. Y cierto que siempre ha sido un problema en Fallas. Pero urge su solución: con más baños en la calle y con severas multas para quien se baje la bragueta.
El otro caos de las Fallas, por suerte sin consecuencias demasiado graves, de milagro, ha sido el de la pirotecnia ilega. El viejo cauce del río se ha convertido en Beirut. Me lo cuenta un amigo policía. Los agentes se ven impotentes al no poder acceder al jardín del Turia para controlar verdaderos artefactos explosivos que ya segaron una mano a un joven en uno de los sorprendentemente escasos accidentes. Una noche los energúmenos que allí campan la emprendieron a petardazos con la Policía Local. Sin que recibieran apoyo de otros cuerpos policiales. Y la USAP, la 'unidad antibotellón' vendida a bombo y platillo por el Ayuntamiento, necesita más medios. Muchos miran con envidia los equipos que acaba de recibir su unidad gemela en Murcia. En Valencia aún los esperan. A las unidades de élite no sólo hay que publicitarlas, hay que dotarlas. Busquen un vídeo de uno de esos artefactos que han explotado estos días en el río. Una especie de caja de más de un metro de altura con una válvula encima. Lo tiran a la altura del Palau de la Música y detona con una onda expansiva de hasta 10 metros a la redonda. O se toma la determinación de cerrar el río por la noche en Fallas, o se dota mejor a la Policía, o se imponen sanciones durísimas a quienes usan estos petardos caseros, o no tardarán las Fallas en las que tengamos que lamentar un drama no pequeño.
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