Escribo estas tres primeras palabras sin saber cómo van a seguir. A veces me pasa cuando toca redactar la columna semanal. ¿Qué cuento? ¿Qué me ... ha pasado que pueda tener una experiencia vital que transmitir? ¿Qué acontecimiento de la actualidad reciente hay sobre el que merezca la pena reflexionar? A veces no hay nada. No surge nada. Y las musas no llegan. Aparece el miedo a la página en blanco. El 'horror vacui' de los periodistas. Pero lo mejor es no tenerle miedo al blanco. Al final estas líneas brotan. Y cada semana se llenan las páginas de este periódico. Malas noticias por desgracia no suelen faltar. Destarifos de la clase dirigente, tampoco escasean. Pero en las páginas, como en la vida, lo mejor es no tener miedo a qué va a ocurrir. O si va a suceder. «La vida es aquello que pasa mientras te empeñas en hacer otros planes», como dijo el genial y malogrado John Lennon. De pequeño yo era un tímido empedernido. Si iba al pueblo y había un grupo de amigos muy grande en la plaza, esperaba a bajar cuando apenas estaba uno o un par de ellos. Cuando mi hijo mayor era niño, era de un vergonzoso subido. Incapaz de pedir sólo un vaso de agua en el bar. Temía que acabara creciendo sólo, sin amigos y quizás víctima del 'bullying'. Ahora apenas para quieto en casa. Con amigos del colegio, del equipo de basket, de la falla... Saludando con simpatía en el ascensor, cuando sube al taxi o al camarero chino del bar en el que almuerza con su abuelo. Al final el blanco pasó. De nano temía que nadie me iba a querer. Era el típico gordito de clase que pensaba que nunca encontraría el amor y que crecería solo y sin nadie a su lado. Ahora el corazón me sonríe. Otro blanco superado. O aquellas noches de niño en el pueblo que pasaba sin dormir porque 'Rubi', el perro del abuelo, un sabueso mestizo con más hijos en el lugar que Julio Iglesias, se había perdido tras venir con nosotros a buscar rebollones al monte. Pasó más de una vez. Y siempre volvía. O en plena noche o al día siguiente. Embarrado y agotado, pero moviendo el rabo sin cesar y como sonriendo con la lengua fuera. Un nuevo blanco fulminado. Cuando estudiaba periodismo en el CEU tenía pavor a terminar y no encontrar trabajo. Fue dejar aquellas aulas y acabar en LAS PROVINCIAS de la mano de la histórica María Consuelo Reyna. Y aquí sigo. Otro blanco iluminado. Cuando mi hermano salió con mis padres zumbando en una ambulancia hacia la clínica Barraquer de Barcelona, con un ojo perforado por un queratocono y al borde de perderlo, me quedé solo e impotente llorando en casa. Pasó, no perdió ese ojo ni el otro, también con un queratocono, gracias a dos almas buenas que donaron sus corneas para sendos trasplantes. Un nuevo blanco superado. Este verano conducía hacia Albacete preso del mayor de los temores, apenas una hora después de que mi hijo mayor me llamara al trabajo para decirme que mi padre se había desplomado. Mi mente galopaba al volante hacia mil y un desastres. Fueron días de UCI, lágrimas en la furtividad de cualquier rincón, desvelos y malos presagios. El infarto perdió y mi padre ganó. Hoy está como un roble. Y otro blanco que acabó con la cara pintada.
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Y esto es lo que ha salido tras aquellas primeras tres palabras que no sabían hacía dónde iban. Un mensaje en la botella para el que esté en un mal momento y lea esto. No tengas miedo al blanco. Al final pasa. O surgen otras cosas en la vida con una maravillosa paleta de colores. Rema. Pelea. Disfruta hasta a contracorriente. Ya cuando se apague la luz, llegará el negro.
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