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La nieve de la vida

A los críos hay que ponerles límites. Pero no cortarles las alas con las que vuelan. El miedo nunca fue una buena herramienta

Arturo Checa

Valencia

Sábado, 13 de enero 2024, 23:33

Esta semana los dos vástagos de la casa han estado fuera. Ellos esquiando en el Pirineo catalán y en Andorra y aquí uno con el ... síndrome del 'nido vacío'. Aún me acuerdo de mis viajes de niño. Sobre todo de uno, en un campamento de la Policía Nacional en Santomera (Murcia). Con mi hermano desgañitándose a llorar los primeros días por estar lejos de sus 'papás' y yo haciéndome el mayor pese a estar igualmente abrumado y angustiado en las primeras veces volando fuera del regazo materno. O una excursión al Safari Park de Vergel en el que empecé a dar pan a unas cabras montesas y acabé rodeado por lo que yo veía como una amenazadora manada de animales. En una foto sobre la experiencia se me ve riendo, pero en el fondo estaba aterrado. Temiendo ser devorado o ensartado por decenas de cuernos. O aquella vez que dormí con mis padres en el preciosísimo hotel del Monasterio de Piedra. En el propio claustro del edificio religioso. Un lugar espectacular. ¿Yo? No pegué ojo en una habitación que antes debió ser la celda de algún religioso. Estaba aterrado por cerrar los ojos y que apareciese un monje que me raptara o directamente me comiera. Seguro que algo tuvo que ver el videojuego de MSX inspirado en 'El nombre de la rosa' al que jugaba por aquel entonces. O las primeras veces que uno iba a la discoteca, tomándoselo como si saliera a un local de alto riesgo del Hanoi más profundo. O la primera vez de ir a comprar tú sólo un encargo de mamá a la tienda del barrio. Minucias la mayoría de las veces pero montañas que parecen arduas de escalar para un niño.

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