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La gente debe creer que estas páginas se llenan solas. Y gratis. Que el trabajo de un periodista es una labor benéfica y humanitaria. Como ... una especie de orden monacal del periodismo. Que como existe aquello del derecho a la información, los que trabajamos en el sector no tenemos que cobrar por lo que hacemos. Qué escándalo. Eso sí, luego 28 millones para que Broncano luzca socarronería en la televisión pública, millones que pagamos todos de nuestros impuestos, que los suelta usted, su madre, la vecina del quinto y el de la frutería de la esquina. Eso, claro, claro. Sin problema. Que el chaval es muy gracioso y muy guapete. Ancha es Castilla. Pero cuando se trata de suscribirse a la web de un periódico o de pagar 1,90 euros que vale este diario entre semana (poco más que un café con leche, o menos incluso, según dónde se tome), oiga usted, que menuda vergüenza. Que menudo mal gesto hemos tenido todos los medios de comunicación con aquello de los muros de pago y la suscripción para poder acceder a determinadas informaciones elaboradas. El mensaje me lo he escuchado más de una vez de gente que me habla sobre la cuestión. «Qué fuerte, ya no puede uno ni leer un periódico», me espetó esta semana un conocido. Sin sonrojo.
El colmo del cuajo llega cuando alguien te escribe o te llama para pedirte si le puedes mandar un PDF de un artículo. «Es que no estoy suscrito, y claro, me sale 'cerrado' en la web, no puedo verlo...». Cuando lo hace alguna fuente que ha sido parte en la información, puede tener un pase. Pero la costumbre se extiende entre cualquiera. La creencia del 'gratis total' fagocita todo aquello que está en internet. Supone una apisonadora para la rentabilidad y viabilidad de los medios de comunicación, las plataformas digitales de contenidos y todos los creadores de libros, películas, música y un sinfín de sectores de la cultura. El «¿me puedes mandar un PDF?» es de tener más cara que espalda. Una sirvengonzonería tal como si uno va a un cine y reclama poder entrar sin pagar la entrada. O si uno va a la librería de bajo de casa y se sienta entre las estanterías a leer cada día un libro distinto, hasta irlos acabando. Sin soltar un euro. O como si uno va a un concesionario para probar un coche nuevo y se lo lleva todo un fin de semana, cambiando cada semana de elección y teniendo así vehículo gratis y rutilante para las escapaditas con todo el morro del mundo. ¿A que a nadie se le pasa por la cabeza hacer eso? Nadie tiene tanta poca vergüenza. Y le echarían a patadas de cualquiera de estos sitios. Pero con un periódico todo vale. Hasta hay indignación cuando la contestación a la petición del PDF es negativa. «Qué desprecio más grande, ¿así cómo os van a leer?». Eso me soltó uno de estos peticionarios de artículos por la cara esta semana. Mi respuesta fue: pues baje a usted al quiosco, esos que cada vez son menos y sus dueños cierran, y se compra el diario. O vaya al menos al bar y léalo a cambio de dejar unos eurillos en la economía del barrio. O suscríbase a la web. Son apenas 30 céntimos al día. ¡Treinta! Porque si no, claro que nadie va a leer la prensa. Pero porque se extinguirá. Porque los medios de comunicación ejercemos un derecho constitucional a la información pero no vivimos del aire. Lo conforman empresas con trabajadores detrás. Con familias que alimentar. Con un oficio muy costoso, delicado y esencial, de muchas horas, que hay que mantener. Con PDF gratis, ni hay derecho que valga ni libertad de prensa sostenible. No habrá artículos. Y ya nada que regalar.
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