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(Este jueves los colegas de profesión me otorgaron un reconocimiento, el de periodista del año, en los galardones anuales del sindicato Csif en la ... Comunitat. Este el discurso que pronuncié. El que explica por qué sé que no soy el periodista del año. Para que conste en acta).
Autoridades, compañeros, amigos, familiares… Un millón de gracias por este premio. Sonará a tópico pero os juro que es real: estoy tremendamente feliz, abrumado y sobre todo emocionado. Nada hay más bonito que ser profeta en tu tierra, y nada más sentido que ser elegido por tu gente. La gente de la tribu, esa maravillosa denominación del oficio que acuñó Manu Leguineche. El mismo maestro que dijo aquello de «vales lo que vale tu último reportaje». La grandeza y la volatilidad de este precioso oficio.
Pero por encima de todo me enorgullece el galardón en un año en el que esta bella tierra valenciana ha sido golpeada por un desastre natural, primero, por un triste espectáculo político, después, pero honrada por el ejemplo diario y constante de los valencianos, verdaderos premios del año a la solidaridad, la entrega, el aguante y la resistencia tras la tragedia de la dana. Para todos ellos, para las víctimas, va mi primer recuerdo y la más sincera dedicatoria.
Gracias a Uniteco y el sindicato Csif, por hacer posible desde hace 15 años un galardón que reconoce a una profesión tan necesaria como cuestionada y sacrificada. Una mención muy especial a Héctor González, el fundador de estos galardones. Hector, cómo olvidar aquella primera edición, nacida casi al albor de los mismos partidos de fútbol que disputábamos en el río y en los que también empezaste a armar la hoy fuerte Asociación Profesional de Periodistas Valencianos, aquellos primeros premios hace década y media en un salón bajo el Veles e Vents, con apenas un puñado de mesas, pero en un evento ya lleno de ilusión por honrar a este maravilloso oficio. No hace falta más que levantar la vista para ver que esa iniciativa y esa ilusión siguen hoy más vivas que nunca. Y que el periodismo, aunque a muchos les pese, tiene por delante una intensa y apasionante existencia. Gracias Héctor.
Ahora me vais a permitir que eche mano de una genial frase que pronunció mi antecesor en esta misma categoría, el compañero Gustavo Clemente. Con cita entiendo que no hay plagio. Pero es que no hay mejor máxima ni más acertada. Yo no soy el periodista del año. Yo sé que no soy el periodista del año. Acepto el premio con agrado, pero que yo esté aquí arriba ahora mismo es algo meramente simbólico. Aquí, detrás de mí, tendría que haber un sinfín de personas que hacen mi trabajo posible como jefe de sección de Valencia en LAS PROVINCIAS.
Profesionales que han demostrado en esta tragedia de la dana su total valía y entrega. Suyo y de su mérito es también este premio. No daré nombres por no ser injusto. Pero detrás de mí debería estar ese compañero, con su casa destruida en Chiva pero sin cesar de enviar vídeos del drama, de narrar el día a día de sus vecinos y de denunciar los incumplimientos en el pago de las ayudas y los olvidos de la administración. Aquí debería estar ese compañero que al mismo tiempo que recogía pertenencias de su casa rodeada por el agua en Benetússer me hablaba por el móvil y me decía: «Arturo, cuando pueda te mando una crónica sobre los pillajes y los saqueos que hay por todos lados». Aquí tendría que estar esa compañera con su coche desaparecido y su hogar inundado en Catarroja, pero que estuvo para informar del que fue el primer fallecido de una lista demasiado larga de víctimas. O ese otro, también con su casa arruinada en Picanya, pero que a los pocos días estaba calzándose las botas de agua para atestiguar con sus vídeos en la web la tragedia que vivía el pueblo valenciano.
Ellos son los periodistas del año. Ellos son la prueba de la fuerza del periodismo local. De su realidad y cercanía. Ese periodismo que no solo es notario de la actualidad, que no llega al sitio, informa y se va, sino que es vecino, víctima, afectado y sufriente. A todas las víctimas de la dana, como sostuvo LAS PROVINCIAS en una de las portadas tras la el drama, jamás os olvidaremos. Os prometemos que no cejaremos en el empeño de que se depuren responsabilidades por lo ocurrido en la riada, aquí y en Madrid; para que se cumpla todo lo prometido, aquí y en Madrid; y vendremos a luchar, como sostiene el manifiesto fundacional de LAS PROVINCIAS, en lo que nuestras fuerzas permitan, para que esto no se vuelva a repetir jamás.
Y sobre todo sé que no soy el periodista del año porque palidezco con los nombres de los elegidos esta noche. ¿Y quién soy yo?, me pregunto. Nuria Garrido, una jabata con la que coincidí entre sucesos y pasillos de juzgados en Valencia que se juega la piel en zonas de conflicto. Juan Carlos Cardenas, una autoridad del fotoperiodismo valenciano, otro rostro conocido en las trincheras de la actualidad valenciana. Y David Alandete. Nada menos que corresponsal de ABC en la Casa Blanca. ¿Y quién soy yo para estar aquí? Enhorabuena a los tres.
Acabaré con una breve historia. El momento de ponerme ñoño, como ya me han advertido mis hijos. Yo me considero más contador de historias que periodista. Aunque al final es lo mismo. Y la historia de este periodista comenzó de niño. Cuando cada vez que estaba enfermo, en cama, mi madre Edelia pasaba con el carro para hacer la compra y al llegar a la última habitación de la casa, donde yo estaba, me decía: «¿Quieres que te suba algo, hijo?». Yo siempre pedía lo mismo. Algo para leer. Y devoraba los Super Humor del mítico Ibáñez, los gruesos libros de Películas de Disney, los libros de los Cinco o los amarillentos del Capitán Trueno que había por casa. Libros, libros y libros. Gracias mamá por meterme el bendito virus de la lectura y por hacer posible con tantísimo sacrificio y entrega que hoy sea quien soy.
En aquella casa también aprendí de mi padre, Emiliano. Sobre todo el sentido de tres palabras: trabajo, humildad y equipo. El significado de largas jornadas de trabajo, de llevar a cuestas la responsabilidad de ser inspector jefe de policía y una máxima que, aunque jamás me la dijera, siempre me la enseñó. «Los éxitos son de todos, del equipo. Los fracasos, sobre todo del que manda». Gracias papá. Y de aquella casa me llevé también otro aprendizaje: el del aguante, la lucha y el pundonor de mi hermano Sergio. Capaz de superar un doble trasplante de córnea y de salir adelante con el desconocido y duro síndrome de Tourette. Hoy tiene su plaza de funcionario, una familia unida, es el padre de Noa, una pequeña que más que niña es un ángel, y sobre todo es una gran persona. Gracias, hermano.
Y la historia de este periodista no se puede entender sin los tres pilares que lo sustentan. Las columnas que me dan fuerzas y me aguantan a diario. Mi preciosa mujer, Nuria, y mis dos hijos, Víctor y Óscar. Ahora ya es justo que me digáis ñoño. Sólo la familia de un periodista sabe lo que son sus ausencias, sus horarios interminables y sin manillas que marquen el comienzo y el final de la jornada, las horas frente al ordenador en casa por un suceso de última hora, o las noches saltando de la cama en pijama y tirándose a la calle por que llegó la noticia. A los tres, gracias por ser mi vida.
Y cerraré con un último nombre. Este premio también va por Majo. María José Grimaldo, la que fuera subdirectora de LAS PROVINCIAS y que se marchó demasiado pronto. Ella me enseñó gran parte de lo que sé sobre esta profesión. Pero sobre todo sobre la vida. A tratar con respeto a los demás y a dar cara siempre por tu equipo. Y sobre todo, me marcó con una frase que me decía a menudo. «Arturo, ¿sabes que es lo que más aprecio de ti? Que empiezas cada día con la ilusión del primero».
Ilusión, el combustible de este oficio. Ilusión, el combustible de la vida. Viva el periodismo y larga vida al periodismo local.
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