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La asombrosa memoria olfativa me ha vuelto a jugar una fabulosa jugarreta. Fue una mañana de esta semana antes de zarpar por la mañana hacia ... la redacción de Gremis. Me disponía a entrar en el ascensor para bajar a la calle a 'Rayo' en uno de sus tres paseos diarios. Nada más entrar en el habitáculo, mi jack russell lanzó un profundo olfateo. En el ambiente había un penetrante ambientador. Yo hice lo mismo. Inspiré. Y viajé. Nunca deja de sorprenderme la capacidad de transportarte de los aromas. Es mágico. Y en cuanto respiré con curiosidad, me planté en 'Bit Micros'. Allí estaba de nuevo. En el maravilloso templo de alquiler de juegos de ordenador de la calle San Francisco de Borja de Valencia. Con mi inseparable Jaime al lado. El que pasó de ser el gafudo empollón e impertinente que me sentaron al lado en tercero de EGB a amigo de por vida. El ambientador que había en el ascensor de mi finca era idéntico al que flotaba en aquella tienda hoy devorada por la globalización. Y allá que me teletransporté. Jaime y yo salíamos de Agustinos con las mochilas a reventar (entonces no había consejos ergonómicos de esos de hoy en día de no forzar la espalda de los chavales; y oiga, ni Quasimodo ni tullido me he quedado...) y apretábamos el paso para llegar cuanto antes a las idílicas estanterías del 'Bit Micros'. Con un puñado de pesetas en el bolsillo o el cartoncillo arrugado de socio. Era el prolegómeno para escoger un título de Spectrum y disfrutar unas cuantas horas de diversión ante la tele de mi amigo. De allí pasaron por nuestras manos 'Head over heels', 'La abadía del crimen', 'Back to school'... pero sobre todo el 'Hyper Sports', el maravilloso juego sobre las Olimpiadas en el que emular a los ases del deporte de aquel entonces agitando de lado a lado el 'joystick' hasta desjarretarlo o aporreando la barra espaciadora para correr, nadar o levantar la pesa más, a cambio de cascar por completo el teclado.
La otra noche cenaba con Jaime. Volvieron a salir anécdotas de las de llorar de risa. Como las colas que se armaban en clase para levantarse a la mesa de la profesora de Lengua y mirarle el escote con alguna duda peregrina. Y aquella vez que la fila llegó a la puerta del aula, con más chavales de pie que sentados, hasta que el «¡¡basta yaaa!!» de la mosqueada docente los mandó a todos al pupitre. Y en torno a la cena no sólo recordamos. También meditamos. Dialogamos de nuestros hijos adolescentes. De cómo ahora lo tienen todo y lo tienen ya. Y si no lo tienen, lo quieren. Gracias a los móviles, a las televisiones a la carta y a las redes sociales. Todo instantáneo. Con una avalancha de opciones de ocio que lo que consigue es acabar bloqueándoles. No disfrutar. Porque eso es lo que en realidad también era maravilloso en el templo de 'Bit Micros'. Observar emocionado el lanzamiento de títulos nuevos y aguardar a que estuvieran listos para su alquiler. Eso ahora es cuestión de horas con la compra online. Pasar un rato ante las estanterías viendo el puñado de juegos recién llegados. En cualquier plataforma online los tienes hoy a miles. Ir a casa y esperar a que el cassette cargara. Aguardar mientras con un chocolate Valor (nunca faltaba en casa de Jaime). Volver a empezar si el ordenador no iba. Gritar y rabiar si a mitad de partida se 'colgaba'. Asumir que no todo es aquí y ahora. Y que quizás nunca sea. Asumir el fracaso. Tolerar la frustración. Tener el placer de saber esperar. A veces nunca llega, pero el camino habrá merecido la pena.
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