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Un coche K (camuflado) de la Policía Nacional surca la avenida del Puerto de Valencia. En su interior, los inspectores Montero y Checa, miembros de ... la Brigada de Información de la Jefatura de Valencia. El grupo antiterrorista de la ciudad. Los encargados de cortar las alas a los comandos del Grapo, el Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre. La banda carga a sus espaldas en los 70 y 80 con decenas de asesinatos, colocación de explosivos, atracos a bancos y furgones blindados. El Grapo ha escogido Valencia como una de sus ciudades dormitorio. Una urbe menos presionada por las Fuerzas de Seguridad e ideal para instalarse en pisos francos desde lo que llevar a cabo luego atentados en Madrid y Barcelona, sus escenarios predilectos.
La emisora de la Jefatura canta en el coche K de Checa y Montero. «¡¡Está entrando en el patio, está entrando en el patio!!». Los agentes saben que no hay lugar para la duda. El terrorista regresa a su nido. Manolo Montero aprieta el acelerador del turismo y se coloca en dirección contraria por la arteria principal de la ciudad. Con toda precaución pero sin pausa. El objetivo, una perpendicular a la avenida del Puerto en la que el terrorista tiene su refugio. Llegan a tiempo. Lo atrapan. Y evitan que continúe el derramamiento de sangre.
«Buah, pues no hemos hecho vigilancias por estas calles cercanas a Manuel Candela». El hoy inspector jefe jubilado Emiliano Checa narra la batallita de la avenida del Puerto. Y otras cercanas a la clínica de La Salud, la misma a la que ahora se dirige para tratar de levantar el vuelo tras sufrir un infarto este verano. «Lo que no sé yo es cómo no le dio algo al corazón a ese otro grapo al que esperamos dentro de su casa. Cuando asomó el morro por la puerta se vio delante de tres revólveres. Se le cayó todo al suelo». Segunda batallita mientras se acerca a la consulta del cardiólogo Alfonso Valle. Y yo le escucho atento. Nostálgico de recordar aquellas tardes temiendo que no volviera a casa. Feliz de tenerlo aún al lado. Inquieto por el bypass que aún le espera. Recordando los muchos nombres que se han cruzado en su camino. No pocos en el pueblo, no nombraré a nadie por no olvidarme a ninguno. Ellos ya lo saben. Familia dada y elegida. Sí a Rosana, amiga y enfermera, cuya velocidad con el suero le salvó la vida. Y a Moisés Barambio, un ángel sobre la tierra, paisano, cardiólogo omnipresente, entre botellines y batas de médico. Manos expertas en la UCI del Hospital de Albacete, al que llegó en helicóptero. Los cuidados de los doctores Gonzalo Gallego, Víctor Hidalgo, Miguel Corbí o Francisco Salmerón. Nunca estarán suficientemente bien pagados los sanitarios.
Camino al lado de mi padre, ahora ayudado por el bastón del abuelo Florentino. Consciente de la suerte que hemos tenido. Agradecido a la vida por dejarme disfrutarlo muchos años más. Porque va a seguir dando guerra. Cayendo en la cuenta de lo importante que es aprovechar a nuestros mayores. Escucharles. Aprender con ellos y de ellos. Cuidarles. Rememorar cuando por la misma avenida del Puerto por la que estos días viajaba a la clínica surcaba aquel coche K con los agentes Montero y Checa. Ellos fueron para que nosotros seamos ahora. Para que no dejemos de conocer de dónde venimos. Para vivir agradecidos a todos los que se han cruzado en nuestro camino. Los senderos de ayer los seguimos surcando nosotros hoy. Aún a su lado. En la ciudad y en el pueblo. Aprendiendo. Disfrutando. Recordando. Viviendo.
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