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Hay una leyenda de la delincuencia en Valencia al que llamaban el 'Zipi'. Era un chaval de Moncada que operaba en un sinfín de municipios ... del área metropolitana. No había Ford Escort, Opel Kadett u otro vehículo de los antiguos que se le resistiera. En apenas unos segundos se hacía con ellos. Con decenas de arrestos a sus espaldas y aún así capaz de pasar ante el juez de guardia, salir en libertad y marcharse del lugar tras robar otro coche aparcado cerca del juzgado. Así era su impunidad y su falta total de vergüenza. Sin ninguna gana de rehabilitarse o de abandonar el camino delictivo. Al final acabó entrando en prisión, pero su caso es la viva prueba de que la ley es a menudo demasiado permisiva con los infractores.
Hoy en día los policías de Valencia están de nuevo desesperados. Da igual que sean de la Local o de la Nacional. La indignación es el escudo común. No importa las veces que lleven a cabo operativos en el centro de Valencia para mantener a salvo los bolsillos de turistas y viandantes. Da igual el número de arrestos que practiquen sobre 'La Rata', una de las cabecillas de estos grupos, o de otras integrantes de las 'Bosnias' o las 'Búlgaras', las dos principales bandas que operan en la capital. No son apelativos xenófobos, es que de esta procedencia son la mayoría de las ladronas que asedian el centro de la ciudad. Lo mismo da lo rápido que sean los agentes para arrestarlas. Sus manos son mucho más ágiles para hacerse con las pertenencias de sus víctimas, Y las puertas de los juzgados mucho más veloces a la hora de abrirse para dejarlas salir en libertad una y otra vez.
La culpa no es de los jueces. Tampoco de los policías, bastante hacen con seguirlas una y otra vez. En las últimas tres semanas, hasta tres veces han caído en manos de la Policía Local integrantes de estos grupos. Alguna de ellas con orden de alejamiento de otra gran ciudad como Barcelona. Acaban libres. Porque no es un problema endémico sólo de Valencia. El problema lo tienen los gobiernos y los legisladores. De nada vale vender campañas de comercio seguro, de consejos contra robos, de manera pomposa en la calle y con folletos de cómo evitar asaltos a los turistas, si luego no se orquesta una ley que imponga penas severas para delitos cotidianos. Este tipo de hurtos son los que más sufren los ciudadanos. Desde luego que tiene que haber una condena ejemplar para asesinos, violadores, pederastas, maltratadores y terroristas. Los delitos que atentan contra la vida o la integridad de las personas son sin lugar a dudas los que más castigados deben estar. Pero los robos de carteras, los asaltos en pisos, las estafas cibernéticas u otras infracciones son las más repetidas. Las que acaban afectando a un mayor número de personas cada año. Y por ello deberían tener desde ya una mayor atención de los legisladores y los gobernantes. No sólo por los delitos en sí, sino también por la sensación de impunidad que transmite en todos aquellos que algún día se pueden sentir inclinados hacia la comisión de un delito. Hoy en día sisar carteras en Valencia sale absolutamente gratis. Y el ser humano sigue siendo un niño toda la vida. En el sentido de que si un nano sabe que por robar unas chuches del frasco de las golosinas de casa, no va a tener reprimenda alguna, pues cada día el bote acabará seguro que vacío. Así somos: si no tenemos sobre nuestra cabeza la amenaza de algo malo, muchas veces nos dejamos llevar por el lado oscuro. Y esta lacra exige una respuesta.
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