Urgente La jueza de Catarroja cita a Pradas y Argüeso el 11 de abril a declarar por su actuación el día de la dana

La noguera del abuelo Demetrio está ya granada y repleta de nueces. Llega su tiempo. Pasaron los calores, los instantes de Piqueras del Castillo tomado ... por la chavalería y las bicis en la calle. Llega el momento de las calles vacías y la villa pausada. La estación de colocarse toda la familia bajo el árbol y empezar el lanzamiento de maderos y troncos hacia la copa para hacer caer los frutos secos. En ello estamos ya este fin de semana. Como antaño lo hizo mi abuelo. Aunque él con bastante más arte y valentía. De mozo se subía a la noguera para varear desde sus gruesas ramas las nueces. También lo hizo mi padre, el inspector, ahora convaleciente de un infarto y que deberá esperar a futuras recolectas. Al final el coger las nueces acaba siendo un instante de unión de la familia. El momento de ver como mis hijos se suman a la ceremonia «porque alegra a los abuelos y el bisabuelo estará feliz desde el cielo». Es mucho más que reunir nueces. De hecho estas acaban siendo casi lo de menos. Aún quedan bolsas llenas de la cosecha del año pasado. El misterio está en el momento. En cómo hay que encargar a algunos oriundos que no se mueven del pueblo para que se vayan paseando un poco cada día e ir recogiendo los frutos caídos al suelo. La nuez es caprichosa. Como la vida. No te espera, sigue su rumbo. Da igual que digas de ir un fin de semana para cogerlas. Ellas habrán caído antes. O lo harán después. O cuando les plazca. Ya lo dijo John Lennon: «La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes».

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La noguera es como una suerte de tótem familiar. Bajo ella me sentaba yo al frescor de sus hojas en las calurosas tardes de agosto, cuando volvía con la bici de la balsa de ranas en las que nos bañábamos. Y allí oía las historias de mi abuelo como comercial de pipas, como vendedor de motores agrícolas o rememoraba por enésima vez la ocasión en la que engañó al vendedor de los melones del Tomelloso comprándolos a menos de lo que tocaba. Bajo esa copa aprendía de la vida. De las relaciones humanas. Del sacrificio y del respeto, dos palabras que le encantaban a mi abuelo. Lo veía sudando con su camisa arremangada (en mi vida lo vi sin camisa), encorvado y con la azada abriendo el sistema de riego con acequias que él mismo había creado.

Bajo la noguera he mamado familia. He llorado las penas juveniles y adultas. Me he quedado horas y horas deseando que no llegara el momento de marcharme del pueblo. He echado siestas, amado y soñado. He vivido. No sé si mis hijos lo harán. Ahora vuelan ya solos. De zagales sí acudían bajo mi regazo a lanzar también palos, forzar el espinazo agachándose a recogerlas y otear las alturas en busca de las muchas que se resisten siempre a caer. Todo una metáfora total de la vida: imitar, pelear, esperar, resistir. El día a día. Espero que sí, que mis hijos sigan estando. Por ahora los seguiré reclutando para cumplir la tradición familiar. Porque recoger las nueces del tótem de esta casa tiene mucho de eso. Es un poco mantener vivo al abuelo Demetrio. Hacer caso a las preocupaciones de sus últimos años: «Cuando yo me muera se va a perder todo, no vais a hacer nada». Me encantaba llevarle la contraria, porque mira que era tozudo. Que mis hijos y los hijos de mis hijos vean que la unión hace la fuerza. Que en la vida hay que resistir, como las nueces que se aferran a lo alto de la copa y batallan. Y que todo acaba siguiendo su curso con naturalidad. Como las que caen y acaban peladas en un bote del cajón del periódico.

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