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Imagina que vas en el autobús y tu hermano se arranca a decirle «eres una gorda» a la mujer que llevas al lado. Imagina que ... estás en una comida familiar y comienza a soltarle a tu reciente pareja «te quiero follar». Imagina que ves cómo en el colegio empiezan a meterse con él porque en pleno silencio de la clase dice en voz alta «puta» o palabrotas similares. Imagina que contemplas impotente como tus padres se consumen de no saber qué hacer para que su hijo salga adelante. Imagina ver día a día las pastillas y pastillas que toma para controlar lo incontrolable. Imagina la desazón de ver cómo se pega pequeños golpes involuntarios en las piernas, que mueve los brazos sin sentido. Imagina que tú, adolescente, llegas a no comprender a tu hermano pequeño. A pensar que lo hace adrede. Que es un maleducado y un provocador. Imagina que hasta te encaras con él. Imagina el dolor, el arrepentimiento y la pena que sientes cuando te das cuenta de que estás equivocado, que estás siendo injusto. Que él no puede gobernar ni sus palabras ni sus gestos.
No lo imagines. Esto es real. Eso es el síndrome de Tourette.
Imagina ahora que tu hermano va cumpliendo años. Imagina que compruebas que es alguien hecho de otra pasta cuando supera un doble trasplante de córnea que lo deja al borde de la ceguera. Imagina que lo ves cómo se saca una carrera. Que el síndrome va quedando velado. Imagina que compruebas cómo tu hermano supera una oposición para funcionario. Dos, tres... Ya he perdido la cuenta del número que ha aprobado. Imagina que ves cómo la sangre de tu sangre que creías perdida es un hombre de alma hercúlea que logra trabajar como funcionario con una bolsa de trabajo. Que forma una familia con una niña que es un ángel. Imagina que al final logra una plaza fija de funcionario por su maratón de oposiciones. Que tus padres lloran de alegría. Imagina que estás inmensamente orgulloso de tu hermano. Que lo admiras.
No lo imagines. Esto es real. El síndrome de Tourette se puede superar. Con medicación de por vida, sí. Pero se vive. Y se triunfa.
Los focos sobre Lewis Capaldi, el cantante de la icónica 'Someone you loved', han hecho que este síndrome dé la vuelta al mundo. Con el británico haciendo gestos espasmódicos en el escenario, sin poder cantar, al sufrir una crisis en pleno concierto. Con el público entonando entera la canción. Apoyando. Animando. Comprendiendo. Que es lo único que se puede hacer cuando el Tourette te toca al lado. Ese síndrome que impulsa a quien lo sufre con tics vocales (cuanto más prohibidas las palabras, mejor) y gestuales. «Ahora, necesito alguien para saber, alguien para sanar. Alguien para tener, sólo para saber cómo se siente. Me estoy hundiendo y esta vez temo que no hay nadie que me salve», dice 'Someone you loved'. Hermano, perdona si alguna vez no fui ese alguien al que tener. Alguien al que agarrarte cuando te hundías. Alguien que debió arrimar siempre el hombro para luchar contra el escandaloso síndrome. Si no lo hice fue por incomprensión. Por incredulidad. Por miedo. Quizás como una armadura de protección ante el dolor por ver cómo te perdíamos. La historia de Lewis Capaldi sirve para difundir a todo el mundo un síndrome que aún es desconocido. La tuya, la pesadilla que sufriste desde los ocho años, la prueba de que, cuando se apagan los focos, el síndrome sigue existiendo. En casa. En el autobús. En el colegio. En la familia. Tu historia es el espejo en el que muchos enfermos pueden mirarse. Hay vida con Tourette.
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