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El estado de la Comunitat

Sacar los Santos

De niño ser monaguillo era un honor. Tocar las campanas para llamar al pueblo. Aguantar los tirones de patilla de Don Julio. Unirse. Hacer piña vital

Arturo Checa

Valencia

Sábado, 15 de abril 2023, 23:56

De niño en el pueblo, ser monaguillo era casi como ser un poder fáctico idéntico al maestro, al médico o al mismísimo cura. Al menos ... entre la pandilla de chavales. El que cada domingo se calzaba la casulla (solían ser apenas dos o tres los afortunados) se ganaba una especie de aura de respeto. Yo apenas lo fui alguna vez. Y con labores más bien secundarias. Solía llegar tarde (madrugar en Piqueras del Castillo siempre cuesta) y otros me tomaban la delantera. Porque ahora ya no hay monaguillos voluntarios, pero entonces había casi hasta lista de espera. Lo que sí recuerdo es la sensación de respeto que me embargaba cuando entraba en la iglesia de Santiago Apóstol. El olor a incienso. El frío reverencial. Cuando llegabas la única nave de la parroquia solía estar desierta. Yo pasaba entre los bancos observando los ojos de San Isidro. De la Virgen del Rosario. Esperando que en cualquier momento me echaran una mirada de reproche. '¡Ya no llegas!'. Giraba y encaraba la sacristía. Allí estaba Don Julio. Alto como un campanario. De pelo engominado (¿o era un peluquín?... hoy ya no le recuerdo). Con una voz digna de un podcast del Vaticano. De manos temibles si cometías un error. Su estirones de patilla o de la coletilla del pelo de los zagales eran míticas.

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