Pasan tres meses del desastroso 29 de octubre en el que todavía sentimos escalofríos al recordar el sonido de la alerta del móvil a las ... 20:11 horas. Nadie podía pensar que se gestaba la mayor catástrofe natural de las últimas décadas en Valencia. Caía la noche y cientos, miles de personas intentaban sobrevivir por medios propios o pidiendo auxilio en mitad de la nada, sin luz, sin teléfono, sin comunicación alguna. Resignación; no quedaba otra opción. Los que podían enviaban mensajes a algunas redacciones de medios de comunicación para solicitar ayuda porque el 112 estaba desbordado: «Estoy viendo a una mujer con su hijo en brazos sobre una caseta rodeada de agua y los va a arrastrar, que venga alguien, por favor». No había más información, ni posibilidad de contactar con nadie para que fueran a salvarlas. Al tiempo, supimos que fallecieron al ser arrastradas por la corriente, como tantos otros que perdieron la vida.
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Resignación al saber que son 224 muertos y 3 desaparecidos por el momento. Detrás de cada uno de ellos hay una historia tremenda, porque morir ahogado y arrastrado en mitad de la noche es terrorífico. Resignación por saber que durante los primeros días fueron abandonados a su suerte por la descoordinación de todas las instituciones, por ser espectadores del circo político que se montaron, por saber que muchos decidieron emigrar a otras tierras y abandonar el lugar de nacimiento (porque casa, como tal, ya no existe).
Resignación por la incomprensión de muchos ante la gravedad de lo que ha sucedido, porque nadie está preparado para afrontar la virulencia de la dana del 29 de octubre en Valencia. La devastación del territorio como consecuencia de la riada fue de tal magnitud que necesita ser analizada con una visión acorde a lo sucedido. Fue tan extraordinario que hoy existen negocios en los que no tienen luz, ni servicios básicos, hay casas de personas con hijos pequeños en las que el agua caliente no existe y se calcula que más del 30% de comercios no volverán a abrir por la incertidumbre de saber si cobrarán ayudas del consorcio. Resignación.
Y pese a todo, no se rinden. Porque resignación es sinónimo de humildad y de paciencia, la que necesitan para seguir luchando por salir adelante lejos de saber si las ayudas llegan o no. Pero también es sinónimo de sumisión y mansedumbre, cuidado. El tercio ya cambia cuando buscamos la definición antónima de resignación: rebeldía e inconformismo. Es la delgada línea que separa la moral de los afectados por la dana justo tres meses después del desastre.
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