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La mar no distingue de clases, color de piel, ricos o pobres; el hombre, si. La superficie de mar en el planeta es significativamente superior a la continental y sin embargo creemos que dominamos a la madre Tierra, craso error. Adentrarse en la mar requiere ... conocimiento, respeto y valor, como el pescador que cada día zarpa para faenar en busca de un jornal, contra las inclemencias del tiempo, la incertidumbre de no saber si el día será productivo, en manos de la mar y con la vida en juego.
Hay pocas sensaciones más gratificantes que estar en mitad del mar sin avistar ningún punto de tierra alrededor, es tan espectacular como aterrador. Tu vida depende única y exclusivamente del mar y la de previsión que pueda aportar el conocimiento de quien navega. Quien se adentra responsablemente lo sabe y quienes lo hacen por necesidad en una embarcación a rebosar con cerca de 750 hombres, mujeres y niños pueden encontrar la muerte como ocurrió la semana pasada en el mar Mediterráneo. Fue una de las mayores tragedias con cientos de muertes de niños y adultos que huían desesperadamente de su país. Por hambre, por guerra, por pura supervivencia. El problema migratorio continúa y el ser humano mira para otro lado.
Mientras, en el océano Atlántico Norte, se masca la misma tragedia pero con una cara diferente de la misma moneda. Cinco personas desaparecen en el interior de un submarino turístico que les trasladaba para ver los restos del mítico Titanic a 3.600 metros de profundidad. No huyen de su país, pagan un cuarto de millón de dólares y asumen un riesgo, desde mi punto de vista y a todas luces, totalmente innecesario. Stochoton Rush, Hamish Harding, Paul-Henri Nargeolet, Shahzada y Sulaiman Dawood, son los protagonistas de la que puede ser una de las peores formas terminar con la vida: atrapados, sin esperanza y conscientes de lo que va a ocurrir.
La leyenda alrededor del Titanic amplifica el alcance de la noticia y la mar es el escenario que comparten estos cinco aventureros y los miles de emigrantes que pierden la vida cada año en su intento por salvarla. A veces, conocemos estas tragedias porque la mar nos concede como prueba los restos de los naufragios. En muchos casos, la mar engulle y ni siquiera somos conscientes de la pérdida de vidas en mitad del océano, en silencio, empapadas, frías, desaparecidas. La tragedia de unos que pagan por la osadía y la de otros en el desconocimiento más absoluto, con la mar erigiéndose como último reposo de todas esas vidas en el más bello y triste camposanto.
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